Infiltrada... ¿Deseada?

La noche caía silenciosa sobre las tierras de Francia, cubriendo el hermoso cielo estrellado de colores anaranjados que, poco a poco, adquirirían una tonalidad violácea hasta acabar de un azul tan oscuro que semejará el negro de las sombras que ya se dejaban ver por muchos de los rincones del gran castillo de Versailles.

Entre los oscuros pasillos de aquel palacio se dibujaba una figura, pequeña y delicada al igual que refinada y cuyos pasos no delataban su presencia en ningún momento. Un pelaje negro era acariciado por las luces que se colaban por las ventanas y las que provocaban algunos candelabros encendidos a lo largo de aquel lugar. Unos ojos rojos coronaban aquella fina faz que se volvía a todo detalle que en el pasillo se dejaba ver.

No tenía objetivo alguno en aquel lugar más que la curiosidad que le empujaba a observar todo cuanto sus ojos captasen de aquella estructura.

Estaba en el país, podría decirse, de vacaciones aunque en verdad se podía dudar de la verdadera razón de que aquella demonio disfrazada de un pequeño felino andubiera como intrusa en el interior de las paredes de la cuna de la familia real, o lo que quedaba de ella.

Una pegadiza melodía resonaba por los pasillos de palacio, acompasada por secos pasos saltarines. Aunque sabía que no debía andar por el palacio a oscuras, María quiso investigar por la noche e ir a la Gran conica Real. La niña se relamía los labios pensando en la cantidad y el tamaño de los pasteles que encontraría allí.

María se paró en seco cuando le pareció ver algo debajo de una ventana. Ese "algo" le había parecido cómo una ráfaga de terciopelo. Teniéndo una corazonada, la niña se agachó y cogió una gran bocanada de aire.

-Nya~~ - María soltó todo el aire que había cogido imitando el maullido de un gato; y esperó.

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El sonido de los pasos y la canción que la joven princesa tarareaba alertó a la demonio, quien se escondió entre las sombras poco antes de que la castaña apareciera por el lugar. decidió moverse, pasando frente a una de las ventanas, movimiento que fue captado por la pequeña y que le hizo.

Una expresión, que podría ser considerada una sonrisa, se dibujó en el rostro de la felina cuando escuchó y vio la reacción de la joven humana.

Esa niña era de finas facciones, rostro redondeado, ojos grandes de un bello color azul claro y un corto cabello castaño de, seguro, tacto suave como aquella piel blanca. Una pequeña belleza que, cuando creciera, deslumbraría a cualquiera que la mirase.

Así mismo, aquellos mismos detalles la hacían ver tierna e inocente, como era toda niña humana de su edad, no superior a la decena según lo que la mestiza veía.

La respuesta no tardó mucho en hacerse presente y un suave maullido, de menor intensidad y duración que el de la princesita, se dejó escuchar por parte de la aterciopelada figura, quien se movió apenas unos centímetros para dejar ver su cabeza y patas delanteras gracias a la luz de las ventanas y las anteriormente dichas velas.

María se puso muy contenta al escuchar que su maullido había sido respondido y aún más cuando vio como una gatita negra asomaba la cabeza de entre las sombras. Prosiguió con la conversación, más estusiasmada que antes.

-Nya~ Mia~~ Marranya~~- con lo que le intentaba decir a la pequeña gatita algo como: "¡Hola! ¿Cómo te llamas?"

Como era obvio, Ruby no entendió lo que la princesa quería decirle, más que nada porque lo único que ahcía ella era imitar maullidos sin ton ni son. Aún así, era muy divertido ver a la pequeña así, intentando comunicarse con una "gata callejera" que había entrado por una de las puertas del servicio.

Volvió a maullar, esta vez acercándose con cierta curiosidad a la joven y estirando un poco su cuello para adelantar su pequeña cabeza a la muchacha.

María se emocionó mucho cuando la gatita se acercó a ella. La princesa le tendió su mano a la gatita, y al ver que esta no se asustaba, le acarició detrás de las orejas.

-¿Cómo te llamas, gatita?- murmuró María. Miró a ambos lados para asegurarse de que no había nadie y sonrió a la gatita: -¿Tienes hambre?- se le acababa de ocurrir una idea brillante- Ven, sígueme, bonita- María se puso en pie y camino por los pasillos, mirando de vez en cuando hacia atrás para asegurarse de que la gatita la saguía.

Un sutil ronroneo se dejó escuchar ante las caricias recibidas tras su pequeña y sensible oreja, la cual movió un poco hacia abajo para darle más espacio a la princesa para que siguiera con aquella caricia auqnue esta no siguió, pues la muchacha se había alzado tras preguntarle cosas que, por razones obvias, no contestaría, no con palabras al menos.

Sus piernas parecian moverse como si trotara suave y silenciosamente sobre el piso de mármol, siguiendo así a la pequeña María hasta lo que, según creía, era la cocina.

María guió a la gatita hasta la cocina, pero al entrar no encontraba el interruptor de la lámpara pricipal de esta y tropezó con algo, armando escándalo. Cayó al suelo de rodillas apoyádose en la palma de las manos.

-Ay...- gimió bajito, aguantandose las lágrimas, pues se había hecho un poco de daño con el tropiezo.

Finalmente pudo ponerse en pie y darle al interruptor. La niña miró muy nerviosa hacia sus rodillas, pero estas solo tenían ligeros rasguños, aún así escocía. María vio entrar a la gatita segundos después y sonrió.

-¿Tienes hambre?- repitió dirigiéndose al horno (apagado a esas horas de la noche), abriéndolo y sacando un pastel de fresas- ¡Qué rico!- murmuró después de probarlo.

María partió un trozo pequeñito de pastel, lo colocó en un platito y se lo puso a al gatita en el suelo: -Toma, come, bonita- sonrió, contenta.

Al ver como la joven caía estuvo a punto de recuperar su forma para evitar que se golpase, pero se mantuvo en forma felina. Adermás el golpe no fue fuerte a pesar del gran ruido que hizo. Escándalo que, probablemente, habría despertado o alertado a alguien.

Se acercó lentamente a la pequeña cuando la vió levantarse con sus rodillas adoloridas acarició la pierna de esta con su rostro y parte de su costado, como si le diera apoyo y mostrase cierta preocupación.

La siguió hasta lo que parecía ser el horno e la cocina, en uen estado, y con pastelitos dentro que serían el tentempié de alguna comida o almuerzo del día siguiente o de ese mismo día.

Olisqueó de forma lenta y pausada el trozo de pastel que la princesita le había puesto delante, no por desconfianza, sino por mero instinto animal. Si aquella técnica de mimetización tenía algún fallo podría ser precisamente eso, el adquirir ciertas características, no solo físicas, sino también psicológicas del animal con el que se mimetizaba o transformaba.

Lamió levemente el dulce ofrecido, cercionándose de que aquel color rosado que tenía era otorgado por las fresas que lo componían. No era muy dada a aquellas frutas, pero debía reconocer que sí le perdía el dulce, fuera cual fuera aún a pesar de sus excéoticos gustos a la hora de elegir aquel tipo de manjares.