Entrevue avec les rois~

Aquel conde había suavizado sus pisadas al instante en el que se adentró dentro de la propiedad de los grandes reyes de Francia, el palacio de Versailles.

Dejó que el carruaje se perdiera en las calles que colmaban de gente en aquella tarde. Podría verlo dentro de las próximas horas, no era de mayor importancia. Dirigió una sutil mirada para que algunos sirvientes lo guiaran hacia donde la cita para entablar la entrevista con los monarcas.
Sonrió con amabilidad hacia las personas que le ayudaron a caminar a su paso mientras las puertas se cerraban tras su espalda.

-Enchanté de le voir, Conde Saunière -dijo una voz que se presentaba con amabilidad.

-Lo mismo, s'il vous plaît, vous savez déjà l'affaire -respondié la otra voz

"Bien."

Desvió su vista hacia toda la ambientación del lugar, algunas cosas le sorprendían y otras no. La delicadeza de las pinturas le mantenían absorto a pesar de que los sirvientes le daban detalles acerca de lo siguiente a suceder. De vez en cuando pronunciaba monosílabos educados para evitar la disconformidad descortés.
Se vio las ropas durante un rato, era un gran traje blanco que se confundía con su pálida piel de porcelana. De alguna forma, la rosa decorativa que llevaba en el pecho (azul) daba un toque armonioso con él. Siguió hasta donde le indicaron que debía permanecer sentado mientras llamaban a sa majesté.
Por tanto se acomodo hasta poder obtener el aviso para presentarse correctamente, se dejó por un momento reírse durante un buen rato. Le estresaba ver caras largas y no poder divertirse como se debía.
Al menos todo eso había captado durante todo el viaje.
Como si hubieran perdido algo importante, pronto deshecho los pensamientos porque sabría que le contagiarían de melancolía y era lo menos que debía sentir. Por ahora estaba ahí por el honor de servir a los reyes. Si que pasaba la prueba. Intentó pensar en la pequeña princesita.
Ese era un pensamiento alegre.
Entrecerró los ojos, la anterior noche si que había sido pesada. Especialmente para él.

-Nuit de fuos, mon dieu –susurró imperceptiblemente

Estaba frustrado. Muy frustrado. Tanto, que incluso el servicio huía de él tratando de no recibir su cólera. Era tan... tan... desesperante! No podía creer que eso sucediera. Es más, lo creía imposible. Tanto tiempo trabajando con amor por ello, escogiendo cada detalle con minuciosidad, dar todo de él para que saliera bien...

-Y la pequeña Marie me dice que no!! - Exclamó dramático, caminando aún apresurado por los pasillos.

Cierto. Había querido regalarle un vestido para la noche de la fiesta de su cumpleaños, pero cuando pensaba que su amada hermanita, su ojo derecho, su razón para vivir, le iba a dar las gracias con ese precioso rostro... lo único que dijo fue <<merci, hermano... pero es de niña pequeña!>> Pues claro que era de niña pequeña, porque ella era pequeña!!

-Tsk. No se me tiene en cuenta...

Fue susurrando maldiciones hasta encontrarse con alguien desconocido en la mansión. Al ver que seguía ahí parado, decidió ir a ver qué sucedía. Suspiró para calmarse un poco y fue hacia allí.

-Qué hace usted aquí? - Preguntó mirándole desde arriba. Era muy alto. Su rostro aún guardaba el malhumor anterior.

María salió corriendo detrás de su hermano mayor con ojos llorosos cuando se dio cuenta que algo de lo que el había dicho minutos antes le había puesto furioso. le seguía como podía, casi corriendo, ayq ue las zancadas de su hermano eran muchos más largas que las suyas.

-¡Phillip-onii-chan!- le llamaba desde detrás suya, aunque seguramente no alcanzaba aoírla- ¡Phillip, espera!- imploraba, casi llorando.

Mientras le seguía a la carrera, afligida, intentaba rememorar lo que había pasado para saber en dónde había metido la pata, pro quee staba claro que era culpa suya. Su hermano mayor, al que no veía desde hacía por lo menos una semana (entre preparativos de ceremonia y que él era ya unhombre hecho y derecho, como a veces decía Zyon-otoo-san) se presentó en su habitación trayéndole cómo regalo un precioso vestido, ella se había puesto muy contenta al principio, pero después de mirar la talla se dio cuenta de que le estaba pequeño y se lo devolvió, diciéndole que era PARA una niña pequeña. Ebtonces él se había amrchado con uan cara extraña y ella se había sentido culpable de repente.

Le pareció escuchar la voz de Phillip en la sala de estar y se dirigió allí. La puerta estaba abierta y su hermano estaba hablando con otro caballero que vestía de blanco.

-Phi...Phillip...Lo siento... - gemía ya, desconsolada, asomada desde el marco de la puerta, con los ojos humedecidos.

La había escuchado todo el camino, pero pensó que sería divertido jugar un poquito. Cuando finalmente Marie le alcanzó, con esa carita, escondió una sonrisa satisfecha y se acercó a ella, olvdándose del invitado que estaba esperando.

Se acercó a su hermanita, agachándose un poco para estar a su altura. Aunque fuera pequeña aún, ya se notaban sus rasgos que en poco serían los de una mujer. Le pasó una mano por el cabello.

-No te preocupes, pequeña... - susurró sonriéndole cariñosamente. - Fue mi culpa, no me di cuenta.

Perturbado por la voz desconocida, se dio una vuelta bastante lenta. E intentó sonreír como quién no entiende lo que sucede y era ciertamente que aquello era lo más acertado.
En la realidad de la situación no sabía que decir frente al muchacho que tenía adelante, solamente le quedaba hacer una leve reverencia con una sonrisa inmortal en los labios.

-Conde Saunière, monsieur~ -dijo mientras recordaba si debía estar ante el rey o ante uno de los miembros de la familia real.

La segunda parte de la presentación se basaba en responder la brusca pregunta del joven, la cual le hubiera gustado responder con suma tranquilidad y una charla algo espontánea. Pero al parecer se vio interrumpido por una vocesita que le hizo derrumbar su propia seguridad.
Buscó de reojo, evitando ceder a su curiosidad por recorrer todos los lugars y encontrarle.
Vio esos pequeños ojos anegados en pequeñas lágrimas.
Le bastó suficiente para querer consolarle, aquella adorable imagen no podía sufrir de esa manera, era deplorable.
Vio como el joven, al parecer su hermano, se acercó más rápido que en este para calmar a la pequeña.
Se sintió por un momento como un elemento sobrante, por poco y olvidaba porque estaba en ese lugar. Tosió un poco y no recibió atención alguna.
Descortés.
"Vaya"

-Cof, cof -repitió ahogando una risa, la verdad estaba haciendo algo muy tonto.

Abrazó a su hermana, consolándola como hacía siempre que la veía llorar. También solía cantarle algo o tocarle alguna canción con el piano, pero entonces se dio cuenta del invitado que seguía esperando allí. Se levantó algo sonrojado por el comportamiento demasiado cariñoso que habían demostrado delante de un desconocido, y se arregló la ropa, cogiendo de la mano a su hermana y acercándose al chico.

-Discúlpenos, por favor. Estábamos en medio de un asunto familiar... - habló con su voz suave. - Soy el príncipe Phillip. Esta preciosidad es mi hermana, la princesa Marie.

Volvió a mirar a su hermana para volver a quedarse de nuevo prendado por ella, olvidándose por unos segundos del resto.

Recicbió el abrazo de su hermano rodeándole el cuello con sus bracitos y hundiendo la cabeza en su pecho. Su hermano la soltó y la niña gimió bajito, ya que aún no queria separse y siempre le había gustado que él la abrazase. Pero enmudeció al recordar que había más gente allí.

Agarrada a la mano de su hermano, escuchó cómo este la presentaba ante el caballero de blanco (le gustaba la flor azul que llevaba prendida en el pecho) y sonrió con dulzura y cierta timidez al joven. Creía haber escuchado como se había presnetado antes, así que intentó ser cortés y decirle lo que le habían enseñado a decir sus padres sus padres cuándo hubiera visitas:

-Un placer... Uuuuh...- hablaba muy bajito, pues le daba un poco de vergüenza coportarse así- Mi... ¿A... a qué ha venido, mon...- dudó, llevándose el dedo índice a la barbilla- monsieur...?

No notó la pequeña turbación entre aquellos dos que tenía delante suyo. Solamente creía que era una simple escena conmovedora.
Entreabrió sus ojos algo asombrado cuando captó quienes eran precisamente ellos.
Luego trató de suspirar como si se hubiera sacado un peso de encima, ni el mismo se entendía.
Tomó atención y volvió a inclinarse con más respeto.

─Entiendo, pero supongo que yo debo ser el que deba disculparse más ─replicó mientras les guiñaba un ojo─. Mis disculpas mi alteza.

Al final solo se dirigía al de mayor edad porque era con él el verdadero asunto de la anterior incomodes al encontrarse. Para entonces Claude sólo era un desconocido.
La pequeña princesa sin embargo mantuvo su curiosidad hacia este volviendo a preguntarle sobre su identidad y asuntos que de momento se había olvidado a responder.
Olvidándose del mayor, se agachó un poco para quedar a la altura de la pequeña sonriéndole de manera gentil a ella. Natural como sus sentimientos.

─Soy el conde Saunière, ma chère princesse ─repitió con singular tolerancia, como sino importara-. Llámame Claude si gustas. Vengo para conversar un par de asuntos con vuestro padre. Lo demás es un secreto, si es que quiero que se haga realidad todo aquello.

Volvió a enderezarse hasta volver a su posición original. Miró para ambos lados.

─Pero al parecer al rey se está tardando un poco. ─dijo mientras escuchaba la soledad de los pasillos, aparte de ellos mismos.

Cuando el recién llegado se agachó para hablar con su preciada hermana, le miró con el ceño fruncido, subiendo su nivel de mal humor. Siempre analizaba todos aquellos que se acercaban a su querida hermanita, por si a caso querían hacerle daño o algo... indecoroso.

-Mi padre debe estar ocupado con algunos asuntos reales. - Dijo con voz seria, olvidando el estado de ánimo anterior. - Le ruego le disculpe. Haremos que le llegue el mensaje y pueda atenderle. - Dijo aún mirando al hombre con ojos profundos, cogiendo fuerte de la mano de Marie.

Sonrió timidamente cuando el Conde se agachó para presentarse. María hizo un reverancia cortés doblando un poco las rodillas y se escondió detrás de su hermano, sin dejar de agarrarle la mano. Escuchó como este le hablaba al invitado, al que la niña no dejaba de mirar, especialmente por la flor azul que llevaba en la chaqueta. Ese tipo de flor no crecía en palacio y le llamaba mucho la a tención a la pequeña princesa, pero le daba vergüenza pedirle al joven caballero que se la mostrase.

Phillip se dio cuenta entonces de lo que miraba su hermana. No era al muchacho en cuestión, por supuesto que su adorada hermana no le prestaría atención (orgullo de hermano XD). Miró al invitado con el ceño aún un poco fruncido.

-Por favor... sería demasiado problema si... - le costó pedir aquello, tampoco es que le gustara demasiado que el hombre pudiera hacer contenta a su hermanita con aquello. -...le permitiera a la princesa Marie ver la flor de su solapa de más cerca? - Pidió con la educación que le habían enseñado.

A pesar de haber sentido un poco de disgusto en el ambiente, el conde no se dejó amedrentar y era por ello que aún sostenía su perfecta sonrisa. Los comentarios.
Dudó entre decir que venía para ver si podía ser el tutor de la princesa pero con el hermano enfrente, no iba a ser muy diplomático decirlo.
Lo pensó largo rato, con escasos segundos.

—Bueno, se supone que yo estoy aquí por un asunto real, no importa puedo esperar lo que sea. —dije mientras admitía que se sentía bien el tener el conocimiento de las cosas dentro de sí.

De pronto y solamente de reojo, creyó ver absorta la mirada de la pequeña en él. Pensó que era una broma.
Sin embargo las palabras del príncipe le aclararon las dudas y rió suavemente al no notar lo obvio.

"La rosa azul, claro"
Miró encariñado el rostro de la princesa, y se decidió sin pensarlo mucho. Empezó a sacar con delicadeza aquella flor que se había prometido tener todo el día en su chaqueta. Cuando lo tuvo en sus manos la acercó a la mano del mayor. No le importaba hacer lo correcto.

—La verdad no me haría ningún problema mostrárselo como regalárselo también. —replicó mientras dejaba en las manos aquella reunión de pétalos de color azul cielo.

Sonrió por primera vez al recién llegado, y esta vez de forma sincera. Le agradecía aquél gesto, aunque no lo diría en voz alta. Cogió la flor y se puso a la altura de su hermana, poniéndosela entre los lazos del vestido, manteniéndola sujeta.

-Dale las gracias, Marie. - Dijo sonriendo, mirando de reojo al hombre.

Mu puse muy contenta cuando aquél caballero dijo que podía regalarmela y di un saltito de pura emoción. Mi hermano cogió la flor y, agachándose para ponerse a mi altura, me la sujetó en uno de los lazos de mi vestido. Miré la flor con fascinación, ¡podía percibir su embriagador aroma desde dónde estaba!

-¡Mu..Muchas gracias, uuuh!- le dije al Conde mostrandole la mejor de mis sonrisas.