Calma y silencio...

La mañana apenas había comenzado y la mayoría de nobles y condes empezaban a levantarse para empezar sus rutinas en aquella mañana no muy fría, pero tampoco cálida en exceso. En el interior de la gran catedral de Londres se veía una única figura ataviada con humildes ropas de color terracota algo oscurecido que resaltaba el inusual color rosado de sus cabellos y el vivaz verde jade de sus ojos, posados sobre la cruz que coronaba el altar del fondo. Su largo cabello caía por su espalda y una simple tela de igual color que sus ropajes lo mantenía sujeto en una coleta sujeta cerca de la nuca, por el principio de la espalda dejando así caer los mechones de su flequillo libres sobre su rostro. Sus manos, finas y delicadas estaban entrelazadas frente a sí a la altura de sus muslos al mantener sus brazos extendidos y ni un solo bolso o muestra de que podría ser una noble se atisbaba aún para quien la viera de espaldas. Sin embargo, lo único que no iba acorde con dichas vestimentas era un rosario de perfecta elaboración y cuidado acabado, cuyo centro estaba decorado por un rubí circular de un color cristalizado y suave a diferencia de la característica intensidad que esas joyas portaban.

La luz le molestó en los ojos, demasiado acostumbrada a la oscuridad para realmente amar al sol. Se llevó la mano a la frente, protegiéndose de la luz. Llevaba un sencillo vestido vaporoso blanco, casi confundiéndose con su piel pálida. Lo único que resaltaba en ella eran los ojos negros y los labios rojos, como una muñeca de porcelana.

No tenía ninguna prisa, volvía de hacer algunas compras para su ama. le apetecía caminar un poco, pero se detuvo ante la catedral, admirando su belleza. Nunca había entrado.

Vaciló unos momentos ahí de pie, mirando la compra y la catedral respectivamente. Decidió tardar un poco más en volver y entrar a verla. Deseaba admirarla por dentro.

Abrió las pesadas puertas de entrada, haciendo ruido al entrar. Sus ojos se acostumbraron a la poca luz de la iglesia, caminando pasos lentos por el pasillo.

Se detuvo en medio, mirando los ventanales.

El sonido de las puertas de la gran catedral abriéndose de nuevo llamó su atención e hizo voltear a la joven pelirrosa, dirijiendo así sus orbes de jade hacia la morena que acababa de ingresar en el lugar.

La miró con cierta curiosidad al ver sus ropas, algo livianas para el frío de la mañana pero bellas por su simpleza y claro color.

Sus pasos la hicieron girarse hacia la muchacha y caminó lentamente hacia ella hasta detenerse a unos cuantos pasos.

- Hermosas vidrieras ¿verdad? -preguntó para iniciar una conversación con ella.

Su voz sonó dulce y tranquila, agradable y cálida como si de una humana común y corriente se tratase mientras una sonrisa que se hallaba dibujada en su rostro.

Estaba tan absorta observando las vitrinas, que no se dio cuenta de la otra muchacha, y cuando le habló, dio un saltito de sorpresa, mirándola rápidamente.

-Oh... - suspiró calmándose. - Cierto, son preciosas...

Volvió a mirar a las vitrinas.

-sus colores... la luz... No soy religiosa, pero las catedrales son hermosas... - susurró algo más para sí misma.

- No hay porqué creer en una religión para poder apreciarla -comentó ante el susurro de la joven, susurro que pudo oír a la perfección no solo por el silencio que reinaba en el lugar.

Sus ojos voltearon levemente hacia la vitrina que la muchacha observaba, percibiendo y admirando también aquellas formas y colores que, aunque no eran muy del gusto de su yo demoníaca, si era capaz de apreciar su belleza. Más por el gran sentimiento puesto en su creación que por su arística mezcla de tonalidades y demases.

- Soy Ruby, un placer -dijo presentándose volviendo a ver a la joven sin borrar su sonrisa, sino que ampliándola.

volteó para verla, sonriendo también.

-Soy Giulia... encantada. - Cerró los ojos ensanchando más la sonrisa. - Estabas aquí sola? - Preguntó un poco sorprendida.

- Así es, no mucha gente está despierta a estas horas y el silencio es más que evidente -contestó sutil y siempre con cortesía a pesar de estar hablando con una joven de su misma condición social, cosa que ignoraba por completo y que, en cierto modo, le era indiferente.

Tras permanecer un rato mirando las vitrinas, finalmente salió de su estado de ensoñación y miró directamente a la chica. Se dio cuenta que era muy guapa, sobretodo el cabello, extraño pero bonito.

-Perdona si te molesté, tal vez estabas buscando un rato a solas... - susurró, con rostro inocente.

- Para nada, a veces este lugar es muy solitario. La compañía nunca está de más ^^ -respondió sonriente sin un solo atisbo de molestia en su voz.

A diferencia de algunos la Ruby humana disfrutaba mucho de poder hablar con alguien, aunque fuera un completo desconocido. Sabía que no tenía nada que temer de la joven que tenía a su lado pues, de haber sido así, su rosario habría reaccionado.

Sonrió en respuesta, contenta que no hubiera ningún problema con su presencia. Dejó la bolsa de la compra en un banco y caminó hacia el altar con pasos gráciles y pequeños.

-Es extraño que no haya nadie... Aunque sea pronto, tendría que haber algún sacerdote, no? - Preguntó curiosa, volteando la cabeza desde el otro lado de la sala hacia Ruby, su voz resonando en la inmensa sala.

Observó durante unos breves segundos la bolsa que Giulia había dejado para después seguir a esta con la mirada, acercándose algunos pasos al altar y a la nombrada.

- Es cierto pero me parece que la catedral no cuenta con mucho personal últimamente -respondió posando uno de sus dedos sobre su labio inferior y mentón en una pose pensativa, aunque bastante tranquila.

No es que a ella le importase que nadie se ocupara del lugar, pero le parecía curioso debido al gran sentimiento religioso que había en aquella época.

Subió las escaleras que llevaban al altar, sintiéndose traviesa y a la vez nerviosa. No quería que nadie le hechara bronca por estar donde no debía estar, pero tenía ganas de ver de más cerca.

Llegó al altar y empezó a mirar de cerca los bordados de la tela que lo cubría, las flores, llenas de polvo, que allí había, los cirios...

-Mira! Ven! Todo esto es precioso... - Le dijo a la chica sin mirarla, pasando las páginas de un enorme libro con las páginas doradas.

Sonriendo tiernamente la joven pelirrosa se acercó a donde se encontraba la ojiazul, subiendo en silencio las escaleras que conducían al altar, llendo detrás de Giulia incluso cuando se encontraba a la misma altura que esta.

- Ten cuidado, los libros son bastante frágiles -advirtió una vez junto a ella, mirando de reojo la biblia esplendorosamente adornada con hebras de oro.

Asintió con la cabeza distraída, sí, conocía de la fragilidad de los libros antiguos. Pero ese era fascinante. Sin embargo, estaba tan concentrada pasando páginas, que terminó cortándose el dedo con el filo de una de ellas, cayendo una gota de sangre en el mantel del altar, y llevándose el dedo enseguida hacia sí, con los ojos cerrados.

-Auch!

Al igual que su acompañante, sus orbes recorrieron durante unos segundos las páginas que la morena observaba hasta que el grito de esta y el goteo de la sangre la alertó.

De forma rápida desvió su mirada y sacó un pequeño pañuelo de lino de color blanco inmaculado. Otro objeto impropio de una sirvienta aunque puede que no tanto al tratarse de la sirvienta de Su Majestad.

- Espera, no te muevas -aconsejó poniendo el paño sobre la pequeña herida antes de que el aroma a sangre llegase a tentarla. Debía controlarse...

- Sostenlo hasta que deje de sangrar -comentó dejando que Giulia cogiera el pañuelo y lo sostuviera sobre su dedo dañado, no en exceso.

Con los ojos aún medio cerrados por el dolor del corte, aceptó el pañuelo limpiándose el dedo delicadamente. Cuando se dio cuenta de qué tipo de pañuelo le había dejado, se horrorizó.

-No!! Lo hemanchado!! Es un pañuelo precioso, la sangre cuesta mucho en irse!! - Dijo alterada, con los ojos vidriosos.

Le apenaba mucho que por su culpa se estropearan las cosas.

- No tienes de qué preocuparte. No es más que un pañuelo -dijo para intentar tranquilizarla ante la rápida y alterada reacción.

En verdad no le importaba el pañuelo, tan solo quería que la sangre no siguiera saliendo y que su instinto no le incitara a probar dicho elixir al tiempo que la joven se curaba, pues un corte en la yema de los dedos era doloroso, más si dicha laceración había sido producida por papel.

Aguantó el pañuelo un rato en el dedo donde estaba el corte, pero aún así no dejaba de sangrar. En la yema de los dedos costaba mucho parar la sangre. Así que se quitó el pañuelo y se llevó el dedo cerca de la boca, sacando la lengua para lamerlo.

Sus orbes jade siguieron el recorrido del dedo ajeno, viendo como Giulia lo lamía y no pudo evitar que sus labios, algo resecos al igual que su garganta, fueran humedecidos por su propia lengua. A pesar de ser un gesto involuntario que no pudo retener, sí intentó ocultarlo al tapar su boca con una de sus manos y al voltear su cuerpo y rostro hacia la cruz del fondo de la catedral, simulando observarla.

El aroma del preciado elixir rojizo llegaba e inundaba todos sus sentidos, pero debía contenerse. Muchos años tenía ya como para dejarse llevar por el instinto vampírico por unas pocas gotas de vitae.