Atardecer. [Xymox]

El pasto verde de su jardín tan amplio se encontraba un poco húmedo por el sereno del anochecer. El sol aún no se ponía y los débiles rayos iluminaban la piel de aquella jóven Reina. Entre sus manos tenía una pequeña margarita, la cual aprisionaba contra su pecho. Su vestido celeste, bastante ligero sugería sencillez y frescura. La suave brisa de primavera movía consigo aquellas ramillas débiles, y uno que otro pétalo, junto con el pasto.

En un lapso relavitamente corto, cerró sus ojos y comenzó a divagar. ¿Qué podría pasar? Era una tranquilidad tan hermosa, que a la vez podría parecer algo tétrica una vez el sol se fuera. Sonrió a medio labio, y comenzó a tararear una suave melodía, solo para ella. Esperaba a alguien; no sabía si en verdad aquella persona vendría, lo que sabía es que no le gustaría que no se presentase.

- ¡Vaya cosas..! - Pensó.

Entreabrió los ojos y vió como el sol ya iba desapareciendo. Quedaba poco tiempo en verdad, pero aún así supondría que esperaría un poco más. Giró, estando recostada aún para quedar boca abajo, apoyada sobre sus codos, y sus manos sirvieron como soporte a su cabeza. Con una sonrisita a medio labio, observó fijamente aquel verdor mezclado con ese naranja rosado de primavera, ese que el cielo siempre regala en esa época del año junto con esos botones rojos, rosados, blancos, y amarillos de rosas que van floreciendo conforme pasan los días. La brisa, entonces, comenzó a jugar con su melena dorada no sin antes pasar por su rostro, como una mano fresca y suave que le acaricia.

Xymox no llevaba mucho tiempo de haber desembarcado, todavía no se acostumbraba con las nuevas calles, nuevos hoteles, casinos y bares-burdeles.

Cuánto has cambiado Inglaterra...

Su joven aprendiz con la que habían vivido muchas aventuras y descubrimientos lo acompañaba desde Egipto, su nombre es Bastet (como la Diosa de la mitología egipcia) y de cariño la llamaba Rosa del Desierto. Ésta se tomó la molestía de movilizar parte del equipaje mientras que Xymox cargaba con la otra parte.

Ésta le comentó:
Maestro, Inglaterra no se ve como en los cuentos que me contaste...

Él le respondió:
Los cuentos cambian con el tiempo. Dibujándose una leve sonrisa dedicada a ella.

Muchas personas los miraban con cierta desconfianza e incluso curiosidad ya que no podían conocer a los forasteros apesar que uno de ellos guardaba ciertos rasgos físicos con la gente de Inglaterra.

Camina adelante de mí Bastet...


Su aprendiz inmediatamente aceleró el paso adelantándose a su maestro algunos metros sin que él le perdiera rastro. Él notaba mucho cuánto había cambiado su país así que por el mismo motivo evito que su aprendiz se asustara; aunque ésta ya supiera como defenderse y atacar. Algunos niños se les acercaron pidiendo una moneda.

Nos regala una menda por favor

Buscó entre sus bolsillos hasta encontrar algunas monedas que le sobraran...

Bastet, tienes algunas monedas en tu bolsillo? Le preguntó su maestro en un tono penoso.

Entre ambos juntaron algunos peniques y se los dieron a éste grupo de niños.
Ambos comenzaron a caminar nuevamente hasta que Xymox recordó que les iba hacer una pregunta...

Disculpen pequeños pero necesito saber si el palacio real está abierto y hay alguien ahí. Hasta ése momento él no tenía la más mínima idea de lo que ahí había ocurrido.

Los niños evitaron entrar en muchos detalles y unicamente respondieron lo siguiente:
Está cerrado pero por el lado de su jardín podrán darse cuenta si hay gente.

Ambos forasteros se miraron, dándose cuenta que algo estaba ocurriendo ahí. Comenzaron a caminar y en la mente de Xymox no se cruzaba nadie más que la princesa Sara; procurando no imaginar cosas desagradables pues ellos compartieron sus primeros años hasta que el destino los separó por diferentes motivos.

Bastet comenzó a quedarse atrás debido al paso que llevaba su maestro pero inmediatamente repuso su ritmo con una bocanada de aire.

No te quedes atrás Bastet, casi llegamos... Decía Xymox con un tono de voz que pocas veces ella escuchó.

En breves minutos encontraron los muros que separaban el jardín real del pueblo. Xymox vió su altura y para éste no fué un obstáculo. Tiró con cuidado al piso el resto de su equipaje y comenzo a subirlo, antes de llegar a la cima con mucha cautela observo los alrededores y se dió cuenta que no habían guardias; algo que lo preocupo aún más.

Estando en la cima le pidió a Bastet que arrojase el equipaje; a lo que ella obedeció sin mediar palabra. Xymox le tendió la mano para ayudarla a subir y ésta la aceptó con mucha seguridad. Ambos estaban encima del muro y se dejaron caer suavemente. Cuidadosamente investigaron la zona sin moverse y cuando todo estaba en orden caminaron con cuidado y en alerta a cualquier movimiento a parte de el de ellos.

A unos cuántos metros de ellos Xymox observo una silueta que no parecia dar señales de peligro. Con un suave silbido advirtió a Bastet de tal figura. Ambos la observaron cuidadosamente y se separaron para rodearla. Poco a poco se le iban acercando y ésta parecía no darse cuenta que estaba siendo rodeada, la luz de la noche comenzó a delatar que era una mujer. Xymox avanzo al frente de ella y al darse cuenta que era su alteza hizo una reverencia inmediatamente a lo que su alteza respondió con un susto.

Seguía recostada en el suelo la jóven monarca. Sus ojos grises se encontraban cerrados segundos antes de ser rodeada por las dos personas que le rodeaban. Sintió un movimiento bastante brusco, algo que interrumpía aquella tranquilidad. Abrió los ojos de golpe y se percató de que todo estaba oscuro: ya era de noche. Y a su lado yacía un muchacho, aparentemente mayor que ella.

El suave claro de luna le pudo permitir observar algunos detallitos del físico del jóven. Tenía el cabello negro, mismo que, por el momento cubría su rostro. Era de complexión delgada, se veía fornido y esbelto. El susto no la dejó seguirle contemplando y observó hacia el otro lado, ahí vió a Bastet, quien parecía ser su sirviente; una joven de facciones bastante exóticas; no se veía británica del todo.

Supuso, por esto, que sus plegarias habían sido escuchadas y que en verdad alguien bastante especial vendría a visitarla.

Lentamente se reincorporó y los vio a ambos reverenciándose. Ya sentada sobre el pasto de aquel gran jardín, ladeó un poco su cabeza para observar con más claridad ahora al joven.

- ¿Xymox..? - Musitó en voz baja, un poco insegura. Hacía mucho tiempo que no le veía y pues, bien podría ser un extraño que por pura casualidad, se parezca a él. - ¿Por dónde viniste, y si eres tú... ¿por qué no vino nadie a anunciar tu llegada?


Ahora, dirigió su mirar hacia Bastet, aquella jovencita le observaba fijamente. Supuso por esto que no se trataba de ningún pobre diablo, así que en verdad, debía ser quien pensaba que era.

- Buenas noches Su Majestad. - Susurró ella con un poco de timidez, aunque en tono firme y respetuoso.

Le sonrió.

Poseída por un fuerte impulso, la jóven reina se levantó y se puso de pie frente al muchacho de cabellos azabache, abrazándole con fuerza.