Entrando a la mansión.

El joven rubio había elegido sus mejores vestimentas para aparecer en la nueva mansión que le correspondía, puesto que debía conseguir la mejor fama si deseaba acercarse a los nobles franceses y buscar al dueño de su maldición, vaya tarea.. Sin embargo no le fue nada difícil conseguir las prendas adecuadas, pues bastaba con escabullirse en algunas tiendas cerradas, cumplir su cometido y marcharse con un nuevo guardaropa, que incluyó en una maleta marrón de forma rectangular, ideal para todos sus objetos personales y ropas, además confiaba en que debía seguir un uniforme, por lo que no se complicó demasiado en cargar tanto. Sus ojos celestes contemplaban la mansión no con admiración, si no con un calculante esquema que le obligaba a reconocer cada pasillo y sitio para no perderse, debía poder caminar entre aquel sitio hasta con los ojos cerrados, no sabía nunca qué sucedería, siendo él el mejor imán para la mala suerte.

Esperó en el recibidor a la llegada de algún sirviente que le indicara que se encontraba en el sitio indicado, mientras se permitió observar sus ropas para comprobar su pulcra imágen: una camisa blanca de lino cubría su torso y se ocultaba fajada en los pantalones negros que daban vista a su calzado del mismo azabache, completamente lustroso e impecable. Su cabello rubio estaba peinado habitualmente con su alisado perfecto y una capa color vino de tela suave le cubría el cuerpo, debía esperar con una postura firme y respetuosa.

Notó el agotado andar de aquel hombre y no pudo evitar parpadear de par en par, debía asegurarse de que aquella entrevista fuese lo más rápida posible para que el hombre no gastara más tiempo en él. Sacó del bolsillo un sobre que contenía el formulario firmado por el Conde para autorizar su trabajo en la mansión, aquel que le entregó al sirviente al acercarse a él. - Un placer conocerle, mi nombre es Ellioth Lu Halberth y he aceptado trabajar para esta mansión. Yo puedo encargarme de mi mudanza, sólo necesita indicarme dónde se encuentra mi habitación. - Esbozó una gran sonrisa al hombre.

Asintió con una sonrisa bastante agradecida y se dedicó a introducir la llave y girar el picaporte de la puerta, adentrándose en lo que se convertiría su habitación: una sencilla y cómoda alcoba que contenía un mueble para la ropa, un pequeño escritorio con su respectiva silla y una preciosa cama con 4 columnas de ligeras cortinas, una morada perfecta para él. La ventana iluminaba de costado hacia la cama y hacia la puerta al fondo de la alcoba, esa debía ser el baño. Así, comenzó a desempacar sus pertenencias.