La nueva e indeseable presencia no tardó en ser captada por la demonio contratada por la reina. Sus orbes rojos voltearon hacia el interior de la gran estructura, observándola desde el jardín. Más concretamente, desde la misma fuente en donde se hallaba sentada.
Su ceño se frunció levemente y el agua pareció congelarse y descongelarse en apenas unas décimas de segundo mientras su mano acariciaba el líquido vital poco antes de que ella se levantara y entrase en el pasillo justo a tiempo de ver como la morena disparaba a una joven, joven a la que habría podido salvar si hubiera entrado cuando escuchó su grito de auxilio. Por suerte la muchacha no era ninguna de las dos sirvientas predilectas de la soberana, si así hubiera sido, el problema sería mayor para con ella y su yo humana. Demasiado sentimentalista en la opinión de la peliblanca.
- Para ser una asesina no eres muy profesional... -murmuró la voz de la vampiresa a su espalda, dejando ver parte de su figura entre las sombras que inundaban aquel pasillo.
En su voz pudo notarse un deje de molestia, había sido interrumpida en la noche, cosa habitual en casi todas las épocas, por una intrusa no deseada que, para colmo, había asesinado a una de las doncellas de palacio.
- No se quién eres ni me importa pero tira el arma o yo misma te obligaré a hacerlo -su voz, fría y amenazante era capaz de complementar su rostro serio y con una clara expresión de aburrimiento.
Puede que Su Majestad le reprochara el no haber acudido al lugar cuando sintió la presencia de la "asesina" y, con ello, haber dejado que la sirvienta muriera, pringando toda la alfombra y suelo de sangre.
- Luego me tocará limpiar esto... -murmuró para sí misma dejando que la morena lo escuchase pues en verdad le importaba menos que una mísera mosca.
Nunca hablaba con un tono de voz alto para evitar despertar y alertar a quien estuviera por la zona a pesar de que el disparo y los gritos de auxilio ya debieron haberlo hecho.
Entreabrió sus labios para advertir a la mujer que no saldría de allí a menos que fuera cadáver o para llevarla a los calabozos pero se mantuvo callada, no le daría más importancia de la que tenía malgastando sus palabras. Gesto algo ególatra y orgulloso que, a parte de poder molestar a la intrusa, era meramente instintivo.