Prisionero real~

Mordió su labio inferior con fuerza reprimiendo otro grito igual de fuerte cuando el látigo chocó en aquella zona, ya sabía a dónde quería golpear y eso sería demasiado peligroso, pudo escucharse gritar bastante sofocado y forzado. Entre la oscuridad la respiración agitada del platinado era cada vez más constante, más excitada. Su miembro le dolía demasiado y no encontraba la manera para satisfacerse, le enloquecía el permanecer sin atención, tanto que sus caderas comenzaban a moverse por si mismas, como si hubiese algo cerca.

-.. M-maldita sea.. Sólo estás consiguiendo excitarme más.. Y sé que tú también debes estar duro .. déjame complacerte con mi lengua.. Quiero lamerte completo ..

Un sonido similar a un gruñido reprobatorio provino del platinado - ¡Eres un prisionero! ¡No tienes derecho de palabra! – y dejando en claro que solo jugaba acertó preciso con la cola del látigo en su rostro, golpeándole la mejilla y labios partiendo estos últimos por la delicada piel - Te complaceré cuando a mi me plazca, así que cierra la boca y no la abras por otra cosa que no sea para gritos y suplicas de misericordia, ¿entendido? – vociferó acercándose paso a paso mientras recogía el látigo enrollándolo a medida que avanzaba con la simple función de hacerlo más corto.

Aquel golpe fue el más intenso que los demás, ya que logró llegar en parte a su orgullo. Su rostro se vió zurcado con una gran linea roja que abrió el flujo de la sangre en su pómulo y labios, incluso su mirada se llenó de un desconocido sentimiento al grado de comenzar a emitir pequeñas lágrimas que se mezclaron con la sangre, le había arrancado un silencioso llanto con el cual le castigaría al no dejarle verlo, por lo que creó el silencio necesario para disimularlo.

Ante tal debilidad por un instante su cabello cambió a un tono castaño claro como si su energía se hubiese agotado considerablemente, sus muñecas le dolían en demasía y qué decir de su miembro, sabía que le azotaría más fuerte si se daba cuenta del cambio, pero en esa forma no poseía ni la resistencia ni su regeneración, por lo que guardó el silencio sepulcral que le caracterizaba hasta volver a reunir su energía.

Ensimismado en el silencio no notó el cambio en su hermano, le enfurecía no escuchar gritos por sus acciones, más en una tan directa como en el rostro. Apretó el látigo, el cual se había reducido a la mitad de su tamaño al estar semi enrollado en la mano del demonio. - ¡Contéstame cuando te hablo y grita cuando te azoto! – gritó furioso azotando el piso y acto seguido azotando su vientre nuevamente abriendo una herida en el, al ser más corto el látigo la fuerza del demonio se trasmitía más directamente contra la piel de su hermano. Ciego en su sadismo no notó que este apenas contaba con energía y perdía su verdadera forma.

Podía sentir su cabello húmedo pegado a toda su espalda, que a pesar de su tono castaño seguía tan largo como siempre, hasta la cintura. Su piel antes pálida había adquirido un suave y delicioso bronceado igual de atractivo que el tono blanco, pero sin duda más frágil y sensible, ahora no era más que un humano a merced de un poderoso demonio de larga vida, que imprimía toda su fuerza contra su cuerpo.

Estaba demasiado agotado para hablar, las heridas que había en su cuerpo demoniaco se habían pasado a él como verdaderas, ahora sangraba sin tener la prevención ni la resistencia de su regeneración. Cuando el látigo golpeó tan fuerte su vientre emitió un grito desgarrador, tan doloroso y sufrido como el de un humano, su tono de voz había cambiado, ahora ya no era frío ni serio y realmente parecía sufrir, no lo disfrutaba como en su verdadera forma, abriendo una gran herida en este que comenzó a sangrar con intensidad.

Cegado por el dolor su vista parecía dar vueltas, estaba perdiendo demasiado sangre y la circulación de sus manos era nula, estaban comenzando a tornarse pálidas y las muñecas moradas, comenzó a perder lentamente el conocimiento.. si le golpeaba de nuevo era seguro que moriría.

Aquel grito le heló la sangre y le hizo soltar el látigo, ese grito no pertenecía a su hermano, al instante, como si de un golpe se tratase, las velas del lugar, 6 en total, se encendieron en ambos candelabros cuando el demonio blandió su mano. Un gesto de verdadero terror se dibujó en su rostro al ver el cabello castaño y la sangre caer constante de aquella herida.

Rápidamente fue hacia él y abrazandole por la cintura con uno de sus brazos lo alzó sobre su pecho y con su otra mano tomó las cadenas tirando para romperlas sin demasiada dificultad. Con cuidado lo depositó en el piso dejándole los brazos estirados hacia arriba mientras se centraba en la herida de su vientre - Esto te dolerá, pero es necesario… - le murmuró posando su mano en la herida concentrando calor que literalmente quemó su carne pero cerraba la herida deteniendo el sangrado. Enseguida sacó la llave de su pantalón para quitar el candado y liberar sus brazos bajándolos con cuidado puesto que debían estar acalambrados por la posición.

Un débil grito ronco salió de sus labios, ni siquiera tenía las fuerzas para gritar, su verdadera forma le había abandonado al agotarse su fuerza y no le era fácil resistir demasiado dolor, donde sus ojos se fueron cerrando para terminar completamente inconciente entre aquel martirio.

Su respiración funcionaba algo forzada, pero todavía existía. Y aunque su pulso era algo débil podía resistir, pero el cuerpo del ser humano era bastante débil y la pérdida de sangre se había reflejado en su cuerpo de manera considerable, donde las heridas se imprimieron como propias y ahora profundos moretones marcaban su piel escocida e hinchada, muy enrojecida, sobre todo su rostro en el cual podía comprobarse una fuerte fiebre, quizás le faltó un golpe para la muerte, pero la falta de cuidados adecuados también le llevaría a la misma.

Soltó un prolongado suspiro dolido al ver la reacción de su hermano, no sabía cuando se había vuelto tan débil dependiendo tanto de su forma humana, forma que él rechazaba completamente en su cuerpo manteniéndose frente a todos como el demonio que era.

Se quitó la gabardina roja de terciopelo que ostentaba y tomándole en brazos lo envolvió con la misma saliendo de la mazmorra sin mayor problema. Sabía que necesitaba atención y rápido por lo que al salir de las mazmorras vociferó al llamado de alguno de los sirvientes ordenándole que llamaran al médico y subiesen agua y toallas a la habitación de la reina donde se dirigía apresuradamente con su hermano en brazos y envuelto casi por completo ocultando su estado para no alarmar a los habitantes de la casa.