Entre lápidas... (( Libre. ))

Observó cómo se mecían los árboles... Parecían figuras amorfas; negras sombras que intentaban ser libres, pero que vivían enraizadas como castigo por sus pecados. La luna iluminaba tenuemente... quizás, entendiendo el melancólico estado en el que se encontraba el ser que paseaba entre inertes lápidas, acompañada de una tenebrosa melodía que entonaba el viento...

Llevaba, entre brazos, un ramo de rosas negras, a las cuales acunaba como si las intentara proteger del frío que sometía al escalofriante cementerio; y continuaba caminando, a paso sereno, por una ruta que parecía saberse de memoria porque no le prestaba la más mínima atención.

Una enredadera de pequeñas flores blancas se extendía por todo el suelo descuidado y embargaba de angustia, antigüedad y olvido, a aquellas piezas de helado cemento... y a las cruces de gótico origen les daba aspecto de estar espinadas. Sin duda, era uno de los lugares más lúgubres, donde tan sólo era decorado por lágrimas secas, sollozos etéreos, recuerdos flotantes, penas presentes, pensamiento pecaminosos... y, sobre todo, por delicadas florecillas de una extensa planta enredadiza.

En fin... La mujer de las rosas negras, cubierta en su totalidad por un albornoz negro, cual le había acompañado durante toda su existencia, se detuvo después de una larga caminata por ese paraje inóspito. Se sentó al lado de una lápida carcomida por el tiempo, de alguna persona que no conocía (o pretendía no conocerla), y entrecerró los ojos, alzando el mentón para observar a esa tímida Diosa Lunar que se asomaba entre espesas nubes de griseaso existir.

Abrazó con un poco más de fuerza y cariño a su ramo de decrépitas rosas, sin quitarle la vista a la luna, y suspiró un deseo...

Una presencia se hizo notar a unos pocos metros de ella al moverse, quieta pasaba como una sombra más en el lugar, era alta, más con su sombrero de copa algo arrugado, su cabello desmechado y algo parado, largo pasando su cadera era gris y algo opaco. Sus ropas negras eran solo una tunica que parecía quedarle grane pues sus manos estaban cubiertas por las mangas, un collar de cuentas negras rodeaba su cuello cubierto por el cuello alto de una chaqueta que llevaba debajo de la tunica y por sobre todo un pedazo de tela, al parecer sin forma, cruzándole a modo de banda de color gris, un tanto más oscuro que su cabello. Sus ojos no se veían pues su cabello los ocultaban solo se podía ver una sonrisa exageradamente feliz. Sus pasos hicieron crujir las hojas secas del piso rodeando una lápida acercándose a ella - El horario de visita ha finalizado, inmortal… hehe~ehe – informó con una voz lúdica y canturreada arrastrando algunas vocales finalizando con una risa con un deje de demencia.

Al escucharle, alzó lentamente la cabeza y llegó a observarle. La mujer mostró aquel rostro oculto: tenía una expresión abandonada, maltratada por los recuerdos que se irían esa noche... o que al menos intentaría dejar ir; y pálida, tan pálida como la luna reluciente, oyó atentamente las palabras de la efigie nocturna. Una sonrisa impercibible se formó, casi por inercia, en aquella blancura facial tras ver esa expresión burlona, demente e inmutable de quien le hablaba.

- Los horarios se hicieron para gente que planifica su vida... - susurro con su voz apagada.- Yo estoy muerta. - Dijo sin inmutar su expresión, fingiendo tranquilidad, mostrando aceptación a su existencia...

El viento, apoyando su tristeza, ondeó la capucha negra del albornoz descubriendo sus hermosos cabellos platinados y aquellos se mecieron en la frialdad del cementerio, violentados por el elegante soplido de Eolo. El silencio reinó y, por un instante, pareció escucharse a las lápidas entonar un melancólico himno con el cual, las florecillas de delicados pétalos, danzaron.

- ¿Y quién es usted? - interrumpió el reinado de la afonía preguntando, tomando un poco más de posesión del ramo de marchitas rosas negras.

Se acercó a uno de las lápidas, una un tanto alta coronada por la estatua de un ángel... bastante viejo y maltrecho, irónicamente con una de sus alas rotas mientras miraba suplicante al cielo, las enrredaderas trepaban por la parte baja de la estatua atrapando los pies y la túnica del ángel arreigandolo a la tierra, desterrandolo de la libertad. Allí se apoyó el sepulturero alzando su rostro al negro cielo - Hasta los muertos necesitan descansar~ y bastante tienen con que todos los días les vengan a llorar. Muchas de estas tumbas están vacías, los mortales solo vienen a llorarle a un trozo de roca con el nombre de sus seres queridos~... - dijo serio pero su tono de voz y su sonrisa le hacían sonar un tanto burlesco.

Bajó su rostro y la copa de su sombrero rozó las hojas de la enredadera que apresaba al angel - Undertaker... Soy el sepulturero y guardían de este lugar - respondió ladeando su rostro a ella sonriendole cínicamente.

- Entiendo, Undertaker -dijo tras incorporárse para levantarse apoyada en esa lápida que estaba a su costado-; sin embargo, sólo vengo para traerle rosas a un amigo, no a llorar su partida - agregó con un tono melancólico que intentaba ser fingido.

Estrujó las rosas ya de pie, bajando la mirada, dejando que el helado clima carcomiera hasta sus huesos, atravezando su nívea y aporcelanada piel.

- En realidad -tras un efímero instante de reflexión y afonía musitó- vengo a decirle algo que no pude decirle.

No era un drama, pero parecía tal. Simplemente quería despedir a alguien que ya no volvería a quien ya no más podría tocar... Soltó el ramo que en una parsimoniosa caída parecía desmayarse embriagado por el tiempo que era nada para ambos seres inmortales, dejando un rastro de pétalos negros en el aire. Las rosas cayeron al enredado suelo y crujieron muchas de ellas. La vampireza tan sólo se limitó a observar como abandonaba a aquellas que le habían hecho compañía desde hacía mucho.

Sonrió ligeramente.

- Tiene una bonita sonrisa -dijo en un tono sarcástico. Era nuevo para ella ver a alguien que sonría casi de su misma manera.

- Hehe~eehe~ - en una risa arrastrada, carente de armonidad, baja en volúmen, una risa que podría ser fácilmente arrastrada por el viento perdiendose en este acompañando a los petalos que avandonados a su suerte caían acariciando el piso a esperar como lentamente cualquier vestigio de vida se perdería quedando solo sombras crujientes de opacos colores. Encontrando la gracia en las situaciones más retorcidas simplemente se reía de ella por vernir a despedirse de alguien que ya se había ido, era común ver aquello por ese lugar. Almas que venían a decirle a los muertos lo que no se atrevieron a decirles en vida, almas que esperan encontrar algo de sus seres queridos a parte de huesos y carne putrefacta, pero lejos estaban de encontrar aquello y más siquiera encontrando los propios restos fisicos.

Volvió a alzar su rostro, al tener cubierta su mirada no se podía desifrar con certeza hacia donde esta se dirigía, pero parecía mirar a la estatua del ángel, su sonrisa se amplió mostrando que aquello era posible y sus blancos dientes, demasiados perfectos, se separaron al tomar aire para hablar, pero nada dejo quedando pensando en el vacío, una gota de su propia saliva comenzaba a condensarse en el borde de su labios inferior, criastalina como un pequeño diamante lustrado amenazando con rodar por el mentón del peligris. Varios segudos sin moverse, siquiera respirar, fueron necesarios antes que, como si algo le golpease volvió su rostro a la vampireza y tras tanto pensar solo respondió - Gracias~ - nuevamente sus palabras sonaron burlezcas. Aunque a esta altura la peliplata ya debería haber notado que esa era simplemente su forma de hablar.

Quedó perpleja ante tales actuaciones.

- D-De nada - masculló un tanto nerviosa, deduciendo que era su forma natural de expresión, cosa que la tranquilizaba algo. Sin embargo, la voz del ser le causaba cierto escalofrío, le enerbaba la piel... Además, poseía un aura parecida a la del fallecido: Kuroro. ¿Sería un shinigami más?

Con ambas manos tomó el filo de su capucha caída hascia atrás con propósito de devolverla a su lugar: cubriendo la mitad de su rostro y toda su cabellera. Y así lo hizo.

- ¿Desea enseñarme la salida? - era una simple excusa para conocerle más y explayar la conversación sobre los muertos. Ahora la mujer era una sombra más del cementerio de florecillas blancas y ángeles errantes, atados al infierno terrenal como castigo a sus pecados.

Separando su cuerpo de la estatua perdió por unos instantes el equilibrio recuperándolo un par de pasos más atrás reafirmando sus piernas en la superficie perdiendo por unos instantes su sonrisa pero recuperándola junto con su equilibrio. Algo torpe dio los primeros pasos siguiendo en un caminar normal hacia el camino que atravesaba el medio del cementerio y guiaría a la salida - Sígame~ - canturreó deteniéndole para esperarle. El camino no era muy largo hasta la salida pero con el lento caminar del peligris podría ser un camino de algunos minutos.

Su sonrisa se amplió al ver sus movimientos un poco torpes, pero no por la situación, sino porque le causaba gracia su personalidad... Era tan original... Un tipo que sin duda poseía un personalidad lúgubre pero enmascarada con una cínica sonrisa.

Con el albornoz acomodado se dispuso a seguirle en parsiomonioso andar. Sabía la ruta de salida, era más que obvio, si no... ¿Cómo hubiese sido capaz de llegar hasta donde habíase encontrado?

Sus pies destrozaban las resecas hojas sin quererlo hacer ylo negros telares llevaban sus cadáveres a rastras como tortura por defender a la tierra del frío que se integraba a la nívea piel de la vampireza.

- ¿El tiempo corre en este lugar? - un tanto filosófica, un tanto ida o otro tanto melancólica. La pregunta iba sin más para rescatar el diálogo, sin afición de interrumpir la hermosa afonía estruendosa que retumbaba en el cementerio.