. ¿Fría? ¡No! Congelada.

El perro se había escapado de nuevo .. Vaya novedad. Descubrió la cadena con la que lo sostenía completamente rota, y no le quedaba más opción que acudir a buscar a la mascota .. Y es que no temía por su seguridad, si no que ¿Qué persona reaccionaría tranquilamente si viese a un hombre desnudo correr por ahí? Ninguna.
Pudo verle a unos metros en el río, lo que le hizo suspirar resignado y caminó hacia él quitándose el saco para colocárselo sobre los hombros, dando unos golpecitos al hielo para estrellarlo y que sólo el fragmento pegado a la lengua se separara para poder levantarlo, después le cargó entre sus brazos.- .. Perro fastidioso.

Dejó escapar un pequeño y chirriante sonido lastimero cuando intentó de nueva cuenta separar la lengua de la fina capa de hielo, pero nada. No lograba moverse ni un ápice y realmente su húmedo músculo comenzaba a doler. El frío, por otro lado, no era algo que afectase a su desnudo cuerpo, aunque el estar tan desprotegido y no tener oportunidad a encogerse le hizo comenzar a temblar... Algo que drásticamente dejó de hacer cuando una calida tela se postró en sus finos hombros; Su amo.

Si hubiese estado en su forma canina, sin duda, sus orejas estarían echadas hacía atrás pero cómo humano que era se limitó a esperar, paciente, que fuese rescatado. Cuando quedó entre los brazos del mayordomo de la familia Phantomhive se apresuró a resguardar su fría lengua en su propia cavidad, emitiendo un alarido de dolor. El hielo incluso había comenzado a quemarle. Se apresuró a buscar calor. El mismo que residía en el cuello del otro. Se encaró a éste y prosiguió emitiendo claros sonidos que indicaban su dolor mientras rozaba sus frías mejillas contra él.

Sintió un estremecimiento que se permitió disimular, puesto que los labios del hombre canino estaban sumamente fríos. Decidiendo volver a la mansión eligió el sendero menos frecuentado, el cargar a un muchacho desnudo no podría ser bien visto entre las personas vestidas. Entre su curiosidad bajó la mirada enrojecida para fijarla en la suya.- ¿Qué hacías fuera de la mansión? - Musitó mientras subía las escaleras para apartarse del río congelado, poco a poco podía notarse como empezaba a nevar lentamente.

Sonrió vagamente agradecido a que el calor corporal del demonio se traspasase a su desprotegida figura. El hecho de ser cargado por el mayordomo no le resultaba nuevo, sabía que debía únicamente quedarse quieto y no molestar a su portador; Eran las únicas condiciones no pactadas. Obviamente la pregunta no fue respondida pero a modo de disculpa, deslizó su fría lengua por el largo del cuello ajeno creando un fino sendero húmedo que comprendía desde la parte intermedia de la nuez masculina hasta el allegado de su mentón. Cuando su lamida cesó su tembloroso cuerpo buscó aún más contacto físico, pegando sin pudor su desnuda figura contra el otro.

El suave nevar del clima comenzaba a intensificar su fuerza, creando helados vientos que no sospechaba que afectarían al cuerpo del canino, que por muy demonio que fuera su cuerpo humano tenía otras desventajas.
Se permitió entrar a un pequeño hotel a lado del río, le dejó sentado a lado de la puerta y con una mirada le advirtió que no se moviera, acudiendo a pagar una modesta habitación para volver a cargarle y subir las escaleras hacia el cuarto, el dueño del establecimiento creyó que eran una pareja de recien casados de muy, pero muy bajo presupuesto.

Sin entender el motivo por el cual no había sido la mansión el lugar de destinó, miró curioso el modo en el cual Sebastián pagaba lo que sería el cuarto compartido de ambos. Su cuerpo, tan blanco que se asemejaba incluso al color de la nieve tembló rudamente cuando fue soltado y el hecho de que no tardarse en volver a sentir los brazos contrarios fue un alivio. Un verdadero alivio.

Con los dientes se acomodó torpemente el saco que aún traía sobre los hombros y como si de un niño se tratase, emitió un quejido desconforme cuando la prenda no quedó colocada a su gusto. No obstante, el confort caluroso y el aroma familiar a muebles viejos hizo que sus hombros dejasen de mostrarse tensos.

No le costaba entender los pensamientos del canino, puesto que con sólo su comportamiento podía adivinar lo que este quería decirle. Abrió la puerta de la habitación al safar la mano que le sostenía las piernas y después de entrar la cerró con un movimiento de cadera, cargándole de nueva cuenta e introduciéndole dentro de las sábanas, si le dejaba frío cabía la posibilidad de que no se separara de él en ningún instante. Encontró en el closet un grueso cobertor que le colocó encima, además dejó en su cuerpo el saco que ya debía haberlo empezado a calentar.- .. Como si el frío fuera novedad.

Quedó sobre la mullida cama con todo lo que Sebastian le había cubierto por encima, sin hacer amago de parecer quieto o de estar sucumbido al frío. Por fin parecía que su desnudo cuerpo volvía a retomar la temperatura corporal idónea para al menos, no temblar. Pero tan buen punto el mayordomo terminó por cubrirle, alargó una mano. Cierto era que a duras penas sabía utilizarla cómo era debido, no obstante, logró agarrar las oscuras ropas contrarias y tiró con más fuerza de la necesaria hacia abajo, obligándole prácticamente a sentarse junto a él.

Se sorprendió un poco cuando le retuvo a su lado, y prácticamente porque no había otro sitio donde sentarse decidió obedecerle y tomó asiento a su lado, vió que sus dedos comenzaban a apretar sus ropas y sostuvo su mano con gentileza, apartandola lentamente para que dejara de desaliñar sus ropas. sus ojos escarpata le miraban con intriga, tomando las mantas para cubrirle más, no por cariño, si no porque la piel desnuda le estaba causando cierta tentación.
- .. ¿Necesitas algo? - Respondió al notar su mirada insistente.

Cuando el demonio le habló ladeó ligeramente la cabeza hacia el costado derecho con aire ciertamente inocente, infantil. ¿Qué quería?. Perecer cerca de ése que desde el primer momento había cuidado de él. Castigos y momentos dulces; Con ése hombre tenía todo y nada. Abrió los labios con un deje sensual... Pero recordó que no sabía utilizar la parla humana. Emitió un gruñido quedo contra consigo mismo y así, se enervó a forma que las sabanas descendieron por sus hombros, descubriendo nuevamente su cuerpo envuelto en porcelana y le miró inquisidoramente.

¿Qué quería?; A él. Su amo.

El silencio en la humilde habitación volvía a reinar, ni siquiera el exterior se atrevía a emitir sonido alguno en contra de las personas ahí dentro, por primera vez agradeció que la ventisca se estuviese intensificando para enmudecer cualquier otro sonido desagradable.
Su rostro relajó su expresión que se quedó quieta, observándole, a pesar de todo él era un humano aunque incompleto, pero era deseable y bastante atractivo ante su mirada escarlata, que no dejaba de recorrer la piel nívea y blanca como si tuviera tacto propio.
Sus manos se llevaron a los cabellos plateados y los frotaron en silencio, pero una mano cayó como una gota de agua por su mejilla y terminó en sus labios, palpando el inferior con lentitud.

La caricia sobre sus lacios cabellos le hizo esbozar esas sonrisas atontadas que solía mostrar cuando veía a Sebastián regresar en la mansión. Siempre. Siempre esperaba por él. Pudiese ser que esos sentimientos extraños se entremezclasen con la necesidad de sentir su piel...Y lo entendió cuando una mano le palpó la mejilla, arrancándole un sonido dulce, suave. Extraño incluso para él mismo.
Obediente abrió suavemente la comisura, dejando que la caricia se extendiese por dónde Michaels desease, entre tanto, su lengua investigó el sabor extraño que le ofrecía el guante del mayordomo, frunciendo ligeramente el puente de la nariz. La tela no era de su agrado, pero el aroma le atraía.

Su índice bajó su labio inferior con suavidad, acariciando la carnosidad de este. Se artó de los guantes y se llevó el mismo dedo con el que había acariciado su labio hacia los propios, sujetándolo con los dientes y tirando del mismo para dejarlo caer sobre la cama, la cual escaló para quedar sentado en cuclillas sobre el colchón a lado suyo, mientras se deleitaba con su imágen: Sus manos pasearon por el rostro del demonio perro, bajando la mano desnuda hacia su cuello con un suave rozar, bajando a su hombro para formular un tenue círculo y después deslizó sus uñas de lustroso negro a través de su pecho, llegando a su ombligo, el cual acarició con la yema de un dedo. Aquella piel era demasiado deliciosa, suculenta y suave..

La cosquilléante sensación de una piel humana impactar con la propia le hizo soltar un débil alarido suplicante; Era cómo si la piel ajena quemase al entrar en contacto con la suya. Miró de clara manera interrogante a aquel que era mayordomo de la mansión con clara expresión de duda. Le conocía; Tras una caricia venía el golpe. ¿Sería aquella la tortura?. Esas manos surcaban su piel a gusto y él, no podía hacer más que jadear cada vez de manera más entrecortada.
Las cosquilleantes sensaciones que embriagaron su estado fueron más que suficientes cómo para crear un algo de necesidad en él. Su entrepierna estaba endureciéndose por cada gentil roce, sin embargo, su condición animal le impedía pensar con coherencia, por ello, se volcó sobre el cuerpo del otro demonio quedando sobre éste e hizo que su apiedrada entrepierna quedase prensada contra una de las piernas de Sebastián, dejándole claro dónde debía postrar su atención.

La acción del demonio le había empujado boca arriba sobre la cama, la cual se movió un poco cuando su cuerpo cayó sobre la misma tan casi bruscamente, pero eso no le había afectado. Desde su sitio observó como el perro se acercó a él y frotó su entrepierna contra su pierna, ver aquello le hizo esbozar una sonrisa de aires maliciosos.
Llevó las manos a las caderas del muchacho y elevó su pierna para frotarla más contra el duro miembro ajeno, asi mismo le hacía mantener un ritmo en caso de que él no pudiera controlarse, contoneándole las caderas para que pudiera frotarse perfectamente contra su pierna y por ende la tela de su pantalón, la cual frotaba desde su miembro hasta sus testículos desnudos, por la típica ausencia de ropa.
Mientras una mano le conducía a los estimulantes contoneos su mano desnuda aprovechó para acariciarle, se deslizó sobre sus pezones con sus uñas y bajó a su vientre, donde sostuvo la base de su miembro y lentamente comenzó a acariciarlo de abajo hacia arriva y sucesivamente, haciéndole desear el aumento de ritmo.

Se frotó contra la expuesta pierna cómo perro en celo, dando a mostrar su claro línaje en ese sentido; Era un perro. Y cómo perro se comportaba sin pudores ni vergüenzas. Si aquello era lo que deseaba, lo ejecutaba y ya está. Sin duda, las caricias anteriores del demonio hubieron despertado en él el deseo de seguir, de tener más de aquello y en parte, obvio, de cubrir con caricias su sexo hasta venirse. Jadeó de un nuevo modo lastimero cuando fue Sebastián quién marcó el ritmo con una de sus manos postradas en su cadera y se retorció de gozo cuando su piel fue perfilada por las uñas contrarias. – Ah... – Su aliento humano salió en forma de gemido cuando el otro sujeto su sexo para hacerle desesperarse aún más. El ritmo aumento casi con un deje frenético y su boca, necesitada de lamer la piel del otro se inclinó para perfilar el blanquecino y suave piel de aquel que ahora era algo similar a su amante.

Sus manos empuñadas contra las sabanas temblaron, con ello su cuerpo dejó de sostenerse de éstas para pegarse íntegramente a la figura que tenia debajo mientras seguía lamiendo el cuello contrario de manera casi experta y no tan sabuesa. Sabía cómo acariciar las pieles ajenas, después de todo... Angela se lo enseñó.

Su rostro se mostró complacido y astuto con las notorias respuestas ajenas, demasiado estimulantes como para apartar la mirada de su blanco cuerpo, tan delicioso que no podría dejar de lamerlo toda la noche, pero ahora era turno de sus manos, las cuales siguieron frotando el duro miembro entre sus dedos con un ritmo lento y pausado, despertándole pero sin permitirle venirse, algo que había planeado bien.
Cuando se colocó su cuerpo le recibió plenamente, estirando el cuello para que pudiera tomar pocisión de él, acto del cual no se arrepintió al disfrutar de las elaboradas lamidas que el muchacho sabía dar, al parecer había sido educado.
Su pierna comenzó a moverse de abajo hacia arriba para que el trasero ajeno se fuese frotando en ellas, después de su órgano y muslos, marcandole el mismo ritmo de su mano.- .. Así .. Muy bien ..

Cuando escuchó el comentario de Sebastián, sin saber por qué, se sintió dichoso y feliz por saber complacerle cómo él estaba haciendo con aquello que residía en su bajo vientre. Se sentía increíblemente húmedo y aun que se movía hacía esa mano que le rodeaba en un desesperado vaivén, parecía ser que el mayordomo sabía que zona de su glande tocar, pues, no lograba expulsar aquello que se congregaba de manera alarmante en sus testículos.
Emitió un lastimero sonido ahogado, algo así cómo un necesitado sollozo. Su lengua seguía rozando sin descanso aquel níveo cuello, trazando húmedos y sinuosos caminos por toda su extensión. Lo necesitaba, lo que fuera, pero lo necesitaba ya. Su entrepierna estaba tan dura que de un momento a otro se sentía explotar. Consciente de su necesidad, balanceó las caderas con mayor ímpetu, embadurnando los dedos del demonio con aquello que comenzaba a expulsa de apoco.

Su mano sintió crecer la ansiedad del muchacho, que decidió no seguir reprimiendo de nuevo. Sus dedos se cerraron con intensidad en torno a su miembro, apretando las delicadas venitas que zurcaban a este gracias al placer y comenzó a apretar firmemente y con rapidez, frotando con cada vez más intensidad la hinchada carne, no perdiendo la oportunidad de frotar el glande con el pulgar, haciendolo más sensible e incluso causándole mucho más placer, esperando hacerle llegar al punto más alto del climax.

Pero no se detuvo, puesto que su mano enguantada tomó uno de sus gluteos y comenzó a acariciar su entrada con el índice, frotándola desde afuera y amenazando con entrar, cosa que hizo después con sólo la yema del dedo.

Jadeó con toda la amplitud que su voz humana le permitió e intentó cómo pudo aumentar el balanceo de sus caderas con tal de poder sentir de inmediato la liberación, y es que, comenzaba a sentirse la zona baja demasiado hinchada. Húmeda e hinchada. Temblaba ya ante los que parecían sin duda ser expertos roces ceñirse sin escrúpulos en él y por más que jadeaba, no lograba hacer que su cuerpo dejase de sentirse tan caliente.

Aulló por lo bajo cuando un dedo acarició los alrededores de su ano para poco después adentrarse. Su cuerpo se movió hacia delante, dando mayor alcance a la boca de Sebastian su torso, pero intentando escapar de ése dedo.

Su mano le perseguía con el disimulado ondular de ese dedo, que aunque el muchacho no lo deseara ya comenzaba a adentrarse cada vez más en él, con la extraña textura de su guante incluído. Sus labios se entreabrieron para besar entre sus pectorales, donde liberó su lengua la cual acudió a lamer lentamente sus pezones, para tomarlos con sus labios y estirarlos lo más posibles, pero al sentir que el perro se alejaba, elevó el rostro hacia él para murmurarle, sabiendo que le entendería.- .. Ya es hora de volver..

- Ah... – Una nueva exhalación por su condición humana, esta llena de deleite y gozo. El enguantado dedo se abría paso sin pudor y ante tal determinación de su amo su entrada se relajó a ése intruso. Su pecho, ahora embadurnado por la saliva del otro se movió en débiles espasmos que indicaban su falta de aire, algo que intentó robar de los labios del otro cuando se acercó. Negó débilmente. No podría ni caminar. Tenía su entrepierna tan excitada que seguro que no se podría mantener en pie. Se arrastró débilmente por las sábanas hasta que quedó acomodado sobre las piernas del demonio, pues dado que conocía su cuerpo humano, entendía que allí debería estar lo también excitado del otro, intentando, eso si, que ése dedo no se saliese de su interior. Le miró, jadeante y lleno en suplica.

Su dedo se frotaba dentro con un suave ritmo el cual se empezó a cargar de rapidez cuando tuvo espacio para hacerlo, saliendo y entrando aunque formando círculos en cada avanzar, sentía como le demostraba que su espacio le aceptaba tan amablemente. Le siguió con la mirada cuando se colocó sobre sus piernas, y atendiendo a su llamado se sentó sobre la cama para tenerle cerca, todavía no se molestaba en sacarse el uniforme. Abrió la cremallera de su pantalón y le sujetó una mano con gentileza, llevándola a su entrepierna excitada para que pudiese acariciarle mientras todavía le acostumbraba a su llegada con el indice, al cual se unió su dedo medio.

Su mirada se tornó duda cuando su mano, guiada previamente por su amo, tocó aquella excitación que a duras penas el pantalón descubría. Sus dedos intentaron no ser bruscos, pero sus uñas resultaron ser las que mas contacto tuvieron con aquel tronco que, excitado, se alzaba. Lo perfiló tenuemente con cuidado y suavidad, cómo quién mima al más preciado dulce. Volvió a aullar, quejumbroso y excitado a su vez. El segundo dedo enguantado en su interior le hizo encorvarse en dirección al pulcro cuerpo del demonio, buscando más roce con él.
Entre tanto, sus dedos lograron enredarse a la forma de ése miembro y comenzó a frotarlo con torpeza.