. ¿Fría? ¡No! Congelada.

El tacto de sus dedos le hizo temblar con ligera brusquedad, aunque las manos del muchacho eran torpes estas tocaban zonas demasiado sensibles, aunque consideró buena idea enseñarle a hacerlo.
Se sacó el último guante que portaba y acercó las manos a las suyas, colocandole los dedos con gentileza en torno a su miembro y con los dedos le enseñó a acariciar la forma de este, centrando dos dedos en círculos en torno al glande y los otros ubicados en el tronco, cerrándolos en torno a este para que le frotara sin presionar demasiado, como si le estuviera educando.
Pero aquello sólo le estimulaba más, no pudo contener emitir un quejido entrecortado.

Miró de reojo el modo en el que su mayordomo le posicionaba las manos entorno a esa zona que sabía que si era tratada con suavidad podía convertirse en un lugar por demás excitante. Obedeció a lo aprendido y sus largos y finos dedos trazaron atrevidas formas sobre el ya humedecido glande, perfilándolo con curiosidad. Sonrió victorioso cuando un quejido brotó de los labios de su amo y lentamente, clavó su mirada escarlata en la contraria, moviendo la mano con más confianza. Tanto fue así, que parecía todo un experto en repartir esa clase de amor.
Cómo todo perro que espera su aprobación lamió el inicio del mentón de a quién sus cuidados estaba entregando, esperando alguna palabra por parte de éste.

De sus labios no lograron salir palabras, lo que reemplazaron estas fueron sus entrecortados gemidos víctimas de las caricias que el muchacho había estado empezando a aprender, no podía dejar de maravillarse con el rápido entendimiento de este, que excitaba cada vez más su órgano con sus suaves dedos, que sabían exáctamente donde tocar su más sensible zona.
Cerró los ojos cuando su lengua se deslizó a través de su mentón, la cual buscó con sus propios labios para atenderla de igual forma, uniendo los labios a los suyos para encontrar un inexperto beso como ya lo predecía, pero que igual le complacería como todos sus demás actos. Onduló la lengua para abrirse paso entre sus labios y lamió gentilmente toda su boca, esperando no toparse con sus dientes.

Abrió los labios con devoción y aceptó los movimientos de aquella lengua se de adentraba a su cavidad sin pudor alguno. Gimió. Gimió y se estremeció. La lengua del experto demonio era sin lugar a dudas un manjar, mucho mejor que aquellas galletas que tanto amaba. Era un impactante sabor, y aun que procuró que sus colmillos no afectasen a la lengua ajena tuvo la sensación de rasgar aquella lengua hábil y que acariciaba de manera placentera. No se resistió ya, el placer le llevó a inclinar la cadera a modo que su erecta hombría rozase aquello humedecido que tenía entre sus dedos y lo hincó de tal manera que el glande del demonio entrase en contacto con su tronco. Eso le hizo temblar, temblar y aullar quedamente. Precisaba ya de [i]atenciones[i] más explicitas en su zona baja. Su mano seguía con una irregular masturbación mientras que su cadera se movía al compás, buscando de más roces que pudieran llevarle a la gloria y por ello su humeda y enrojecida.
Tanta era la saliva que estaba formandose en la unión de ambos labios que no fue capaz de asimilarla y la misma recayó por un costado de su mentón, humedeciéndoselo todo.

Le rodeó el torso con ambos brazos y decidió que ya era momento de cambiar de puestos, por lo que le hizo girarse hasta recostarse boca abajo sobre la cama, donde estaba dispuesto a darle atenciones mucho más fuertes. Sus manos se ubicaron en las caderas del "canino" y las elevaron, asegurándose de que su espalda se quedara arqueada al grado de que su pecho estuviera recostado sobre la cama, una postura que le dejaba completamente expuesto al mayordomo, el cual llevó sus manos a la hombría agena y comenzaron a frotarla con maestría, tomando el tronco con todas las yemas de los dedos para ejercer presión al avanzar y retroceder la mano en un pronunciado tacto, el cual hacia mucho más que mover la piel de atrás hacia adelante, devolviéndola al glande y volviendo a bajarla.

Se dejó cómo todo perro domado a las mudas ordenes de su amo y fue así cómo quedó contra el colchón a gusto del otro. Su espalda no obstante permanecía arqueada hasta el filo de lo obsceno, pues, la posición entregada le “obligaba” a permanecer con las piernas separadas hasta tal punto que su entrada dilatada anteriormente por los lustrosos dedos de su amo hacía acto de presencia en la erótica imagen presentada. Estiró el cuello y profanó un agudo aullido que de seguro todo el hotel hubiese escuchado, éste fue tanto excitado cómo necesitado. ¿Pero cómo darse a entender si no sabía utilizar el idioma humano? Lloriqueó cómo única posibilidad. Estaba apunto... Su hombría temblaba, dando a entrever una no muy lejana entada al clímax.

Aquella visión le alteraba demasiado, el tener su cuerpo totalmente expuesto al propio sólo intensificaba las ganas de tomarle, de experimentar con aquel muchacho incivilizado y quizás ponerle a prueba, la curiosidad motivaba aquello y cabía destacar que el placer que le había causado había sido único en su tipo, debía recompensarle como mejor podía.
Sus manos se colocaron a los costados de sus caderas para sostenerle, considerando una mejor opcion soltar su hombría para que pudiese resistir un poco más a lo que venía a continuación: adelantó sus propias caderas para lentamente entrar dentro de su cavidad, iniciando con el roce de su glande que le pareció estremecedor, pero mordiendo su labio inferior contuvo la seriedad necesaria para introducir en glande cómodamente, conteniéndose de no arremeter bruscamente contra él.

El clímax, podía sentirlo y es que con sólo un empujón más... Dio una sacudida, no obstante, la mano del mayordomo ya no estaba enroscado en aquel miembro que rogaba por sólo un roce mas; El que faltaba para terminar con aquella tortura que tenía arrastrando desde el ingreso al cuarto. No pudo más que emitir sonidos disconformes, no entendía la razón por la cual ahora sus caderas eran agarradas, o por que aquello que Sebastian también tenía hinchado... Le parecía partir en dos el interior.

Las uñas de sus dedos atravesaron el colchón ante la fuerza postrada en el mismo y su espalda volvió a arquearse, esta vez con mayor ímpetu y severidad. Fuera lo que fuese eso que estaba haciéndole, dolía. Gruñó en tono de advertencia, pero su rostro ya yacía enterrado bajo un cojín allí abandonado. Si, el arremeter del glande había dolido, pero cabía decir que el tronco del sexo contrario parecía amoldarse lentamente a su interior, provocándole una inexplicable sensación placentera.

Sencillamente, quería más. Y sin atender a razones o suavidades, empujó hacía atrás su cuerpo entero, así fue cómo el sexo del demonio entró completo en él, arrancándole un feroz gemido.

Su órgano dentro del canino parecía querer estallar en el clímax con tan placentera pero dolorosa sensación, también el estrecho sitio le lastimaba con su estricto espacio, que parecía comportarse amable con respecto a su miembro y sí, le aceptaba, lo demostró aquel acercamiento tan brusco que hizo contra él, que le arrancó un grito de placer que perdió toda la discreción del momento pues parecía haberse escuchado en todo el hotel.
Pero no se detuvo, todavía quería más, y notando como el canino se encontraba en su punto decidió no tocar más su órgano por ahora para que pudiese resistir un poco más, y así comenzó a moverse lentamente de atrás hacia adelante, iniciaba una lenta penetración en la cual esperaba ser cada vez más fuerte, llevarle consigo al borde del placer mientras ambos cuerpos sacrificaban ese dolor para caer juntos en aquel abismo, esperaba que le acompañase y le recibiera como él deseaba: con un ritmo más rápido, incluso masoquista.

Cómo perro no era conocedor de la vergüenza. Por lo cual, pronto la habitación se llenó de sonoros aullidos, unos impregnados del dolor que sentía ante las embestidas del demonio, otras llenas de gozo, todo dependía de dónde tocaba aquella virilidad. Sus garras destrozaron el inmueble en el que se mantenía aferrado, decorándole los nudillos con plumas y muelles; Que importaba. Seguía deseando más. Sus caderas se unieron a los movimientos del moreno deseando que aquello que le causaba un real tormento se incrustase aún más rápido en él. Su recto apretaba con dureza aquello que se internaba en él, aceptándolo en su interior, adueñándose de él.

Comenzó a moverse cada vez con mayor fuerza mientras sus aullidos se tornaban gritos de desesperación, sus manos vagaron torpemente hasta sujetarse al cabezal de la cama, el cual, ante los movimientos generados sobre el colchón, parecía estar apunto de quebrarse.

Una suave capa de sudor se iba apoderando del cuerpo del mayordomo, y cómo evitarlo si todavía vestía aquellas prendas en gala con las que siempre acostumbraba a salir.
Lo más curioso era que sus mejillas e incluso rostro estaban enrojecidos por el placer, que se hacía cada vez más delicioso cuando incluía cierto dolor proviniente de los apretones que su estrecha cavidad ejercía en torno a su sexo, aquello le hacía emitir jadeos y empezó a respriar por la boca.
Sus caderas embestían su trasero con un ritmo más insaciante y fuerte, salía por completo de su espacio para volver a entrar con la misma fuerza, el tenerle tan dispuesto y expuesto le pedía a gritos que siguiera, que continuara estocando su entrada con su hinchado miembro.
Le tomó de las axilas y lo fue levantando hasta que quedase sentado sobre él, y tomándole por debajo de los muslos con su propia fuerza le fue levantando y sentando sobre su virilidad sin dejarlo apoyarse demasiado en la cama, así la gravedad asumía parte de la fuerza en el acto.

Mientras el mayordomo iba imponiendo su fuerza para despegarle del colchón sus garras arrancaron el colchón hasta el punto que los muelles fueron más que visibles; Pero no pudo evitarlo. El conocedor placer que el mayordomo estaba otorgándole era demasiado, tanto, que no podía siquiera controlar su propia fuerza a la hora de emprender cualquier acción.
Quedó allí, sentado y vilmente estocado por aquel sexo que se hundía sin piedad en él, algo de lo cual realmente gozaba. Pareciendo de lo más experto, hizo hacía atrás la cabeza y aseguró la nuca contra el hombro del otro demonio mientras que ayudaba a los sentones que se le iban propinando. Él, por su parte, ejercía una enloquecedora presión con el recto, apretando sin miramientos a aquello que estaba osando arrancarle tales gritos que era por demás sabido que todos cuanto estuviesen en aquel lugar escucharían.
Movió por primera vez las manos y en su intento torpe, trató de darse la atención que a gritos le pedía su erección, intentó imitar lo que anteriormente Sebastian le había enseñado... Aunque sin éxito.

Sus labios no dejaban de emitir quejidos de placer, incluso extraños en un demonio, pero lo cierto era que el placer brindado por él le estaba enloqueciendo, le estaba llevando al borde del clímax, al cual estaba demasiado.. cerca.
Pero no deseaba hacerlo solo, su mano fue hacia su miembro y se apoderó de este con fuerza, comenzando a estimularle de nuevo de abajo hacia arriba específicamente envolviendo su tronco con los dedos y la palma, concentrando el pulgar en el sensible y enrojecido glande que estaba a punto de explotar en placer.
Su cadera continuó moviéndose dentro de él, serpenteando las caderas e incluso levantándole con su mano libre, el último apretón que dió el canino rompió su barrera y le hizo derramarse en placer con un fuerte grito del mismo, llenándole por completo de su cálido semen que se emitía dentro de él con cierta fuerza.