Manto nocturno

Una sutil silueta se dejaba ver entre las sombras que inundaban las estrechas y frías calles de Londres. Pocos quedaban ya fuera de sus hogares excepto aquellos que dormían a la intempérie o los suficientemente estúpidos como para exponer su seguridad al vagar de noche por aquellos peligrosos lugares.

Apenas un breve sonido metálico, semejante al tintineo de un cascabel pudo escucharse desde uno de los múltiples callejones. Si se tenía algo de percepción podría notarse un aura demoníaca, pero reprimida, como si algo la mantuviese a raya y la ocultase en contra de su voluntad. Algo lejos de la realidad pero efectivo a la vista de los seres sobrenaturales que podrían vagar por la zona.

Junto a unas cajas de madera en un callejón estaba hecho un bollito sentado abrazando sus rodillas un niño, a un lado del había un gorro boca arriba que al parecer había caído de su cabeza, finos mechones platinados caían sobre su rostro de ojos cerrados el cual descansaba sobre sus rodillas, parecía dormido, aunque por el cruel clima era imposible que un niño pudiese dormir allí sin haber muerto de frío. Vestía prácticamente con harapos, una remera descolorida y sobre esta un chaleco que solo conservaba un botón, por sobre sus hombros una chaqueta roja también algo gastada y sin botones. Portaba pantalones cortos dejando al aire sus pieriecitas blanquecinas y sus pies cubiertos por zapatos negros opacos y también algo sucios. Pese a su desconocimiento de su propia raza un aura demoníaca bastante fuerte, sobretodo para una cría, emanaba de su cuerpo.

Atraída por la fuerte aura demoníaca del muchacho la figura de una gata negra como el azabache se dejó ver frente a él. En su cuello prendía un collar con dos eslabones de cadena y, al final de estos, un pequeño cascabel era el que emitía aquel suave y fino sonido a cada paso del animal.

Sus ojos de un color extrañamente rojo estaban fijos en el muchacho que parecía morirse de frío y no era para menos, parecía que en cualquier momento se pondría a nevar, lo que haría que la temperatura del ambiente bajase más.

Se acercó lentamente al joven de blancos cabellos con ojos curiosos, observándole y olisqueándole como si de una mera gata callejera se tratase.

Su cola se movía lentamente de un lado a otro y alzó sus patas delanteras para apoyarlas sobre las desnudas piernas del muchacho para mirar su rostro más de cerca mientras sus orejas estaban fijas en él, como si fuera lo único que le llamase la atención de aquel lugar.

Era obvia la frialdad que invadía la piel del ojiazul, mucho más al contrastar con la leve calidez de las almohadillas y el pelaje suave de las patas del felino, quien parecía esperar que alquel contraste hiciera "despertar" al demonio de pequeña anatomía.

Abrió sus ojos revelando su mirada celeste, pestañó con claro indicio de sueño y bostezó volviéndolos a cerrar mientras se enderezaba apoyando su espalda contra la pared. Al mirar al gato sonrió y estiró sus manos para tomarlo por debajo de sus patas y abriendo sus piernas lo atrajo contra su cuerpo abrazándolo con un poco de fuerza de más - ¿También tienes frío? – le dijo con una voz fina e infantil sin desarrollar mientras comenzaba a acariciarla. La apretaba contra su cuerpo sintiendo el calor de ella y confortándose con él mientras a su vez también la cubría con su chaqueta para conservar dicho calor.

Volvió a bostezar y dejando de acariciarla miró al cielo oscuro y cubierto por nubes, un pequeño copo de nieve cayó justo frente a ellos y enseguida uno cayó contra la mejilla del pequeño demonio. Tomó su gorro sin soltar al gato y se lo colocó sobre su cabeza volviéndose a acurrucar esta vez con el gato contra su regazo y cubriendo con su chaqueta formando una suerte de carpa - Quédate aquí, afuera hace mucho frío- dijo cubriendo también parte de su cabeza dejando solo sus piernas fuera de su carpita sonriendo y volviendo a cerrar los ojos. Un escalofrío le recorrió haciéndolo temblar.

La mestizasonrió en su interior al ver el las muestras de somnolencia que el joven dejaba ver al parpadear pesadamente. Aunque él no estuviese muy dormido su cuerpo si que estaba demasiado cansado como para estar totalmente consciente.

Se dejó coger cuando el muchacho la alzó para posarla entre sus piernas y su torso, haciendo así que su calor lo alentase un poco al tiempo que ella misma se acomodaba, haciendo que el contacto fuera más directo para pasarle su temperatura que, a pesar de que normalmente era más baja que la del resto de seres, incluídos vampíros, ahora era más que suficiente para que el pequeño demonio la considerara reconfortante.

- "Que inocente..." -fue el furtivo pensamiento que cruzó la mente de la diablesa, cuya forma seguía siendo la del pequeño y estilizado felino y no parecía tener intención alguna de cambiar dicha apariencia.

La nieve, tal y como había predecido, no tardó en empezar a caer sobre la ciudad de forma lenta, suave y silenciosa, como si respetase la igualmente callada noche pero cumpliendo con su cometido. Inundar las calles de blanco tan puro como mortal para los que supieran apreciarlo como tal.

El temblar del platinado hizo que sus ojos escarlata volvieran a él, siendo capaz de verle mucho mejor que antes debido a esa posición y pudiendo captar tanto en su rostro como en su cuerpo que el frío le acabaría costando caro.

La vampiresa pensó en tomar su verdadera forma o una híbrida para cubrirle mejor, pero esperaría un poco más y seguiría acurrucada sobre el pequeño torso que le brindaba apoyo al tiempo que mantenía su cabecita cerca del cuello de Dante, cubriéndolo y rozando también así su mejilla y mentón para distribuír mejor el calor.

El manto de nieve comenzaba a cubrir al platinado al igual que todos el paisaje, fuera de su control, su cuerpo temblaba por el frío e inconcientemente su aura demoniaca se hacía más intensa y se concentraba a su alrededor a medida que el pequeño volvía a sumirse en un profundo sueño. A esas temperaturas si fuese un humano con tan poca protección del frío como el pequeño platinado, ya hubiese muerto.

El abrazo se hizo más fuerte y un corto gruñido de molestia emanó del pequeño demonio al estremecerse y apretarse más contra si mismo apretando a la felina contra su pecho.

[Dios es tan cute >///<... Sí, me gustan las cosas monas. ¿Algún problema con eso? ¬3¬ xD]



Como era obvio el temblor del chico y el aumento inconsciente de su aura demoníaca no pasaron desapercibidos a los sentidos de Ruby, así como tampoco lo hizo que él se quedase dormido a pesar del frío.

Aprovechó el momento y se liberó fácilmente de los brazos del muchacho, saliendo del cobijo que este le brindaba y notando claramente la diferencia de temperatura, la cual descendía lenta pero continuamente.

Cayó de forma silenciosa sobre la nieve aunque no en la forma que el joven, de haber estado despierto, habría esperado. En lugar de la pequeña felina ahora se hallaba la mujer de largos cabellos blancos como los copos que cubrían aquellas solitarias cales. Sus ojos no habían cambiado, pues aún poseían su rojo carmesí habitual y sus facciones, lejos de parecer demoníacas, eran tranquilas y apacibles.

Sus ropas no eran más que un simple vestido igualmente blanco que cubría poco más allá de los muslos y que dejaba sus brazos completamente descubiertos por sus tirantes, haciendo también visible la negra correa de su cuello rodeada de finas perlas. Sus pies no se hallaban descalzos, como ella solía hacer al caminar sobre la nieve por mero gusto, sino que se cubrían un poco por unas finas sandalias también blancas sujetas por cintas de seda que trepaban por sus piernas hasta cerrarse en un lazo bajo sus rodillas, cerca de las costuras finales de la falda de la liviana prenda.

Sin embargo, y a pesar de portar su verdadera forma, algo era distinto en su figura. A su espalda habían aparecido dos grandes alas de nívea tonalidad de las cuales apenas dos plumas cayeron cerca del joven demonio. Aquellas no eran las extremidades de un ángel como muchos pensarían, pues se asemejaban más a las finas alas de una grulla que a las fuertes de aquellos seres celestiales a los que, personalmente, la ojirroja no tenía mucho apego.

Con dichas extremidades extra cubrió al ojiazul tras abrazarle como él habia hecho con ella en su forma felina, brindándole calor y protección al haberle quitado la nieve que tenía por encima y evitando con sus alas que esta le volviese a tocar al tiempo que su espalda se apoyaba en la pared.

Podría llevárselo a algún hotel de la zona pero en aquella apariencia llamaría mucho la atención mientras que, en medio de aquel callejón apenas visible, su transformación quedaba a salvo de las miradas de posibles curiosos que se atrevieran a vagar por las calles cercanas.

No despertó cuando la gata se libró de su abrazo pero al sentir el primer contacto sobre el sus ojos se abrieron asustados y se levantó de un salto resvalando en la calle congelada y cubierta de nieve callendo de espaldas. Mirando al "ángel" emitió un corto grito que se quebró mientras retrocedía arrastrandolse sintiendo un eve dolor en su tobillo que pronto se disipó, volviendo a retroceder su espalda se dió contra una caja con basura la cual se volcó y el pequeño demonio perdiendo su gorro al caer este al piso.

Era la primera vez que veía a un humano con alas y menos a una mujer de finas curvas vestida con tan blancura y ligeresa en aquellas condiciones que fácilmente la confundió con un ángel. Arrinconado la miraba ya un poco mñas calmado aunque su corazón seguía agitado y su respiración de igual manera. En su mano derecha tenía una navaja a modo de defensa la cual había desenfundado en algún momento con envidiable velocidad pese a la torpeza de sus movimientos.

No afianzó su agarre cuando el joven quiso alejarse por acto reflejo, resbalando en la calle y golpeándose contra la fría acera. Aquel acto hizo que la diablesa esbozara una leve sonrisa,c asi tierna al ver la torpeza que el miedo y la sorpresa provocaban en él.

Podía escuchar a la perfección como el alterado corazón del ojiazul latía feurte y rápidamente, auqneu calmándose poco a poco mientras este se "recuperaba". Al parecer el frío había pasado a un segundo plano.

- Buenos reflejos... Pero no soy alguien a quien debas temer -murmuró lo suficientemente alto como para que el muchacho lo oyese mientras hablaba de forma melodiosa y sutil.

Caminó hacia él de forma lenta tras levantarse al haber estado sentada sobre el piso y se agachó, recogiendo del suelo el gorro del peliblanco antes de ponérselo sobre la cabeza sin temor a que la navaja pudiera clavarse en su piel al ser movida por su dueño. De todas formas sería una herida que sanaría en poco si es que lelgaba a producirse.

Movió un poco sus alas, mostrando cierta torpeza mientras se acostumbraba nuevamente a tener unas extremidades aladas a su espalda. Hacía ya mucho tiempo que no había tenido la necesidad de hacer aparecer alas de plumas y las alas de murciélago, o membranosas, le eran más cómodas a la hora de acostumbrarse a ellas. Después de todo ella misma poseía alas de ese último tipo que, por supuesto, no mostraba.

Volteó su rostro a las susodichas extremidades con expresión despreocupada antes de batirlas una sola vez y moverlas hábilmente, cubriendo al joven que tenía arrinconado entre ella, una simple caja de basura y una pared. Buscaba cubrirle nuevamente de la nieve que caía al tiempo que algunos copos se posaban sobre ella, copos que no se derretían y se quedaban en su apariencia cristalizada a diferencia de como hacían con la piel de Dante o cualquier otro ser, pues en la tez de estos dichos copos se derretirían ante el contacto.

Se cubrió con sus manos pero no le atacó cuando le puso el gorro pero se volvió a encoger doblando sus rodillas y cubriendose la cabeza con sus manos dejando la punta afilada de la daga apntando a ella cuando lo cubrió con sus alas. Volvía a asustarse aunque ya no era ese pánico descontrolado que mostró en un primer lugar. Al ver que ella no le hacía nada bajó sus manos y levantó su mirada viendo cada detalle del cuerpo de ella, su piel blanca y perfecta, su vestido sin una sola impuresa, las alas de blancas plumas que parecían ser más suaves que el terciopelo, su cabello igualmente blanco y finalmente viendo su rostro vió sus ojos rojos. Pestañó un par de veces viendo los copos de nieve que se amontonaban sobre los hombros de ella y en sus alas por la pequeña abertura que estas dejaban al cubrirle, notó que no se deshacian si no que permaneían cristalizados. Tragó saliva y abrió sus labios intentando decir algo pero le tomó unos segundos hablar - ¿Eres un ángel? ¿Me... me morí? - dando a conocer la causa de su temor.

Como si ya no le asustase la respuesta pero aún con el miedo recorriendo su cuerpo se cruzó de piernas maneniendo sus rodillas levantadas para que su piel desnuda no tocase el piso congelado, sus manos desnudas manipularon la navaja plegandola en la union del mango con la hoja y la guardó en su pantalón antes de acomodar sus manos sosteniendo sus rodillas para relajar la posición.

Mantuvo silencio y cerró sus párpados mientras el muchacho la miraba de arriba abajo, inspeccionando todo lo que sus ojos podían ver. Apenas se movió para apartar la nieve que empezaba a amontonarse en sus hombros y cabeza, sacudiéndola suavemente con una sola de sus manos aunque no por ello hizo que sus alas se librasen del agua congelada que había sobre ellas.

Sus ojos se abrieron lentamente cuando él movió sus labios intentando hablar hasta que dos inocentes y temerosas preguntas salieron de sus labios. Preguntas que hicieron brotar una tenue y tierna sonrisa el su rostro.

- Sería una pena que fuera así -contestó con voz tranquila y suave, mirando al joven que exponía su miedo y negando su pregunta de forma sutil e indirecta.

- No soy un ángel, aunque puedes considerarme como tal si quieres -comentó dejando que el pequeño pensase lo que quisiera.

Era más que obvio que no tenía ni idea de que era un demonio, probablemente su madre lo habría dejado a su suerte o no habría tenido más remedio que hacerlo. No sería el primer caso de una cría demoníaca que se halla sola. Sin embargo, el mero hecho de que estuviera en el mundo humano era algo que despertaba la curiosidad de la mestiza aunque no le protegía de la nieve por eso.

Para bien o mal, la platinada era incapaz de dejar a niños a su suerte o dañarlos. Una debilidad que podría costarle cara algún día y de la cual era más que consciente. Pero no podía evitarlo, ella misma tenía una hermana pequeña aunque hacía ya siglos que no se la encontraba.

- ¿Cuál es tu nombre? -preguntó acercándose un poco a él y posando sus rodillas sobre la nieve y encorvando un poco su espalda para que su rostro quedara más o menos a la altura del ajeno.

Dicho movimiento hizo que varios mechones de su cabello cayesen hacia delante, pasando sobre los hombros de la vampiresa.

Apretó su abrazo a si mismo juntanto sus rodillas debajo de su barbilla encorvandose levemente para apoyar esta sobre las anteriores mencionadas. La miraba serio aún con desconfianza aunque sin la nieve cayendo sobre su cuerpo no sentía tanto frío aunque el aire seguía dandole leves temblores - Dante.. - murmuró con su boca apretada contra ambas rodillas hacienle parecer más chico de lo que realmente era.

Ya se había tranquilizado y ahora su mirada vagaba por el pequeño resinto que formaban las alas de la critura que él consideraba celestial. Buscaba una posible ruta de escape por si la necesitaba pudiendo verla entre las largas plumas de las alas que rozaban el piso cerca de la cadera de ella formando una rendija lo suficientemente amplia para que el pasase, bueno, pasase si se llevaba algunas plumas consigo.

Volvió a mirar al "angel", estaba algo inquieto y no podía disimularlo, era de obviar que no se sentía del todo cómodo.

Sus orbes no se habían despegado del muchacho. Ahora prestaba mucha más atención a los detalles de sus ropas, si es que podían recibir aquella denominación pues su estado era ciertamente penoso. Parecia en peores condiciones que un vagabundo a pesar de que sangre de demonio corriese por sus venas tal y como ella lo percibía.

- Un buen nombre -halagó al escuchar aquel nombre de un antiguo y conocido escritor de época griega aunque no muchos ingleses se molestaban en saber algo de las culturas que les habían precedido aunque fuera lejos de aquella gran isla que, durante los siglos, se había convertido en uno de los países "modernos" más poderosos.

El muchacho no le había preguntado su nombre, algo que pareció agradarla pues el pequeño demonio parecía poner la cautela sobre una posible curiosidad juvenil que podría estar incitándole a preguntar ciertas cosas a las que la platinada podría o no dar respuesta.

- Ya te dige antes que no debes temerme. Si hubiera querido hacerte daño no te estaría ayudando ahora -le dijo al ver como sus pequeños orbes azules buscaban una ruta de escape y como, puede que de forma inconsciente, le demostraba su incomodidad con ciertos gestos.

- ¡No tengo miedo! - dijo con terquedad mirando a la demonio con severidad clasica infantil. Apretó sus manos con fuerza sin desviar su mirada, se había enojado y su presencia se notó hostil. Como un niño que desconocía su raza no controlaba su aura por lo que era como un blanco fácil a cualquier criatura sobrenatural que pudiese sentirle. Alzó su joven voz - ¡Y no confío en los adultos! ¡Son amables cuando les conviene y cuando ya no simplemente golpean y tiran a la calle ignorando la realidad! .. o simplemente golpean sin razón solo por diversión tomando ventaja de su tamaño mayor... - su voz se había quebrado en una especie de sollozo pero al final de su frase la retomó. Su pensamiento era demasiado maduro para su edad, quizas eran palabras de la experiencia y el dolor sufrido.

Sus ojos se cristalizaron al recordar a su hermano y lo solo que se sentía, más en aquellas noches gélidas donde solo la soledad era más vil que la nieve que caía del cielo. Limpiandose el rostro con la manga de su chaqueta desvió la mirada enojado.

Una amplia sonrisa inocente se dibujó en su rostro ante la orgullosa y terca reacción del joven. En cierto modo s lo había esperado, los niños eran así después de todo. Tampoco le fue sorpresa que su aura demoníaca se volviera algo hostil y, aunque hubiera querido cortar a Dante en su hablar, le dejó terminar para que se desahogara.

- En eso tienes razón... -murmuró, bajando levemente su rostro antes de volver a clavar sus orbes carmesí en los azulados del muchacho.

- Los humanos son seres crueles, viles y avariciosos que solo piensan en sí mismos. Temen todo aquello que no conocen y dañan incluso a los de su propia raza sin motivo aparente -sus palabras sonaron frías y despreciables, dejando entrever un profundo odio bien disimulado en la mayoría de ocasiones y revelando que ella misma no era humana.

La diablesa odiaba la raza humana, al menos a casi todos aquellos que la componían y, al igual que el joven de igual naturaleza, podía hablar por experiencia propia a pesar de que las edades de ambos eran obviamente diferentes.

- No pretendo engañar tu mente con dulces palabras y cariñosos actos pues estos serían vacíos y no es de mi agrado mentir a menos que lo vea necesario -confesó aunque supuso que el joven no la creería, no sería el primero después de todo.

Los ojos casi llorosos del muchacho parecieron oprimirle el pecho pero un solo suspiro la liberó de aquella presión antes de acercarse nuevamente al platinado, posando una de sus rodillas en la nieve para estar a su altura.

- Si quieres desahogate conmigo o, si no confías en mí... -susurró debido a la cercanía y cogió la mano del demonio menor, posando sobre ella la navaja de este y abriéndola, poniendo el filo de esta sobre su propia palma.

- Puedes herirme para comprobar que no miento. No deseo dañarte -volvió a susurrar, esta vez manteniendo un tono de voz firme, pero cálido.

Era cierto que no tenía intención alguna de herir al infante. Si así lo hubiera querido hacía ya mucho que Dante no habría podido tnerse en pie. Además, ya se lo dijo antes a pesar de que este no la creyera.

Iba a retroceder al sentir que la platinada se acercaba pero la pared a su espalda de lo impidió, el movimiento de ella dejaron caer algunos copos de nieve sobre la cabellera platinada y el gorro del menor, los copos simplemente se perdían entre la blancura de su cabello pese a que se notaba que estaba algo sucio, como todo el niño en si.

La navaja entre sus manos fue apretada por las mismas con fuerza sosteniendola por miedo a que se le fuese quitada como lo habían intentado con anterioridad.

En efecto no confió en sus palabras si no que en contrario de lo que podía esperar la peliblanca, el pequeño cachorro de demonio era más arisco de lo que aparentaba. Un corte algo profundo pero no de gravedad fue hecho de un velóz movimiento de parte del menor en la palma ajena. Librandose larga a correr hacia donde había visto su salida y sujetando las plumas que cubrian su camino no dudó en tirar de ellas cortandolas con la afilada navaja cortandolas y lastimando levemente el ala y por mera precaución acertando un tajo en la cintura de la diableza largando a correr con las plumas en sus manos.

Corría lo más rápido que sus piernas le permitían aún con la navaja en su mano dirigiendose a las zonas linderas de donde se encontraba un fumadero de opio conocido.

La mestiza reprimió un acto reflejo que le habría obligado a retirar su mano antes de que fuera dañada y se levantó, impidiendo así que la herida en su ala y costado fueran profundas.

Su sangre descendía por su palma, recorriendo sus dedos hasta caer sobre la nieve al igual que hacía al caer desde su extremidad cortada y su costdo, menchando su piel y vestido en el camino.

Su mirada se volvió para ver como el muchacho corría y una maliciosa sonrisa se esbozaba en su rostro, mostrando así sus largos colmillos.

- "Un chiquillo interesante sin duda" -pensó lamiendo sus dedos ensangrentados poco después de hacer desaparecer sus extremidades aladas, dejando ver una pequeña laceración sobre la herida que el menor había infrinjido en su costado.

Pocos segundos después del inicio de su carrera la mujer ya se encontraba nuevamente frente a Dante en una postura más bien tranquila. Sus brazos estaban cruzados bajo su pecho sin que le importase en lo más mínimo manchar aún más su blanca prenda. Aún así, el pequeño platinado podía comprobar, por el cese del caer de la sangre, que la herida de su palma y costado ya estaban cerradas.

- ¿En verdad crees poder seguir vivo tras dañar a un demonio? -preguntó seria pero sin poder evitar que cierto tono divertido se percatara en su voz.

- Yo de ti no iría por aquí, solo llegaras a un fumadero donde te cogerán y usarán de esclavo -advirtió volteando a mirar a donde debería estar la entrada a dicho lugar.

Llevó una de sus manos, la sana, a su mentón, adquiriendo una posición algo pensativa. Había seguido al demonio menor simplemente porque le resultaba curioso y divertido pero... De ahí a advertirle sobre un peligro cercano era algo extraño para la vampiresa. No lo había hecho para meterle el miedo en el cuerpo al pequeño, tampoco para burlarse de él y eso era lo que parecía molestarla. No, en verdad la molestaba.

En su huída no esperaba que alguien fuese más rápido que él, normalmente no lo eran por lo que corrió como alma que lleva el diablo hasta que chocó contra ella cayendo sentado., Su mirada aterrorizada se fijó en ella mientras intentaba retroceder y al escuchar la palabra "demonio" el pánico le inundo paralizandole. Sus ojos se volvieron a llenar de lagrimas y dejó de escucharle, solo la miraba pálido y sumido en autentico terror mientras sus ojos derramaban lagrimas.

Su energía parecía haber desaparecido, al parecer el miedo del pequeño cachorro era solo eso, un niño que le temía a la muerte y a criaturas sobrenaturales. Sus manos, pese a estar apoyadas en el helado piso cubierto por la nieve, temblaban de manera incontrolable al igual que sus rodillas flexionadas. Su gorro se había caído de su cabeza cuando cayó en primera instancia y su hebras plateadas se balanceaban suavemente por las caricias del suave viento que mecía los copos de nieve.

No tuvo necesidad de moverse cuando el "fugitivo" chocó contra ella, el golpe no fue lo suficientemente fuerte como para desestabilizarla ni tampoco la fuerza del platinado lo sería si por algún casual este intentaba valerse de la susodicha fuerza para escapar nuevamente.

Ruby no pudo evitar alzar una de sus cejas, notablemente sorprendida por la reacción del joven. Ni por asomo pensó que se pondría a llorar, al menos no de aquella forma.

Los ojos celestes del joven la veían con temor, un miedo irracional que la hizo sentir como un mostruo aunque... En verdad era un monstruo, o demonio, como llamaban a su raza.

También le fue una gran sorpresa que, a pesar de estar paralizado por el terror, su energía demoníaca hubiera descendido. En aquellos casos lo normal era que el instinto fuera más fuerte que la razón y su aura de demonio se hubiese expandido y vuelto hostil como mínimo.

- Entonces es verdad que no eres más que un infante... -susurró lo suficientemente audible para que Dante la escuchase al tiempo que la mano que tenía en su mentón lo delinease mientras sus orbes seguían fijos en los ajenos, ahora cristalizados y llorosos.

En cierto modo le recordaba a su hermana pequeña, llorona, quejica pero fuerte y decidida. Una combinación extraña sin duda pero mortal para la mestiza cuyo pasado era casi más importante que su presente a pesar de que lo hubiera dejado atrás.

Después de unos cuantos minutos en silencio la mestiza soltó un pesado suspiro, relajando por completo sus facciones hasta el punto de mostrarse algo preocupada por el estar de la pequeña cría.

- Definitivamente no comprendo a los niños -comentó al tiempo que se acercaba a él y, aprovechando la parálisis de este, recogía su gorro y se lo tiraba al torso, haciendo que cayese sobre el vientre y piernas de este al estar sentado sobre la nieve.

- Deja de llorar -fueron las únicas palabras que dijo tras aquel gesto, dándole a su vez la espalda a Dante.

Sus lágrimas le desagradaban. Empezaban a enternecerla y ella misma no se lo permitía. ¿Había sido lo suficientemente cruel como para abandonar a su hermana dentro de la mansión de su padre cuando se escapó de esta y no podía dejar a su suerte a un simple chiquillo? Parecía ser que la culpa por acciones pasadas le jugaba malos ratos y constituían una fuerte debilidad. Después de todo, y a diferencia de muchos demonios, Ruby tenía un corazón que latía y sentía como el de los humanos u otros seres.

Soltó un chillido similar a un grito cuando ella se acercó y cerrando sus ojos se cubrió con sus brazos a lo que él pensaba era una posible agresión recibiendo solo el golpe de su gorro al caer por su vientre. Se quedó quieto por varios segundos hasta que lentamente bajó sus manos y miró a la diableza voltearse. Tomó su gorro y comenzó a levantarse lentamente aún con sus ojos sumidos en lagrimas y su cuerpo temblando, sus movimientos fueron silenciosos y cuidadosos pero fue su aura quien le delató la cual se expandió hostilmente, casi como advertencia. Casi que se podía "ver" detrás del niño su "verdadero" yo demoniaco, al parecer sus padres habían sido poderosos puesto que el aura podría confundirse con la de un demonio adulto, quizas esa era la razón por la que aún seguía vivo.

Comenzó a alejarse en sentido opuesto, hacia el puerto. Sus pasos fueron lentos, en reversa sin perder de vista a la platinada por si quería atacarle o volverle a cerrar el paso. Comenzaba a barajar en su mente la posibilidad de que los que les hubiesen golpeado y llevado a su hermano fuesen demonios también.

Sus pasos se detuvieron, quería averiguarlo, quería preguntar pero el miedo le impulsaba a salir corriendo.

Le observaba de forma curiosa y detallada, pese a tener apenas una decena de vida, puede que algunos años más, su aura era poderosa incluso para los de su especie. De seguro su ascendencia habría conseguido renombre en el Infierno o hallá donde hubiesen estado.

Esa misma aura parecía materializar la forma demoníaca del muchacho tras él, aunque no era visible de forma clara y semejaba más una especie de niebla que asustaría a cualquier humano.

Movió su cuerpo apenas un poco para quedar de costado al pequeño al ver que este se alejaba. No hizo ademán de volver a seguirle y, en verdad, tenía planeado dejarle marchar aunque la energía demoníaca de este le hizo esperar en el lugar.

- ¿No sigues? -preguntó con voz calma, semejante a la que había usado la primera vez que el joven la había visto en su verdadera forma.

Se había percatado de que algo hizo frenar al platinado, pero no sabía exactamente el qué y su curiosidad le incitó a perguntar de forma sutil.

Le miró secandose el rostro con su manga y su energía pareció moverse con el, claramente estaba alerta y dispuesto a atacar si era provocado... su energía le jugaba en contra puesto que al no saber controlarla revelaban sus movimientos y su estado. Le miró lo más firme que su infantil mirada le permitió - Eres demonio. ¿Ustedes fueron los que se llevaron a mi hermano? ¿Donde está él? - en su última pregunta su voz se quebró mostrando algo de miedo y precausión, pues era conciente que le alzaba la voz a modo de orden a un demonio. Un demonio disfrazado de ángel y por lo que había aprendido, lo que se disfrazaban de cosas buenas eran los peores... Si era así con los humanos por que no lo sería con los demonios?

Sonrió levemente ante la determinación del joven al plantarle cara, si es que era posible considerarlo así. De todas formas no le temía, la energía de este le delataba y dudaba que el muchacho fuera lo suficientemente rápido como para alcanzarla si decidia atacarla.

- No se quién es tu hermano pero... Si era como tú probablemente atrajo la atención de demonios -comentó a modo de respuesta tras un largo silencio que pudo haber impacientado al joven. Después de todo nada le obligaba a contestar, lo hacía porque así lo había querido.

Así mismo ignoró el tono de orden que Dante había puesto en sus palabras e ignoraba que este seguía creyendo que había utilizado su habilidad de Mimetización, sacando así las alas blancas, para hacerle creer que era un ángel. Después de todo ella misma ya le había dicho que no lo era en cuanto este preguntó.

Suspiró claramente desilusionado con la respuesta y un par de lágrimas desbordaron de sus ojos. Por unos instantes pensaba estar un poco más cerca de su hermano pero no era así… Su seño se frunció enojado y sus puños se apretaron al igual que sus dientes en rabieta infantil odiando a aquella peliblanca por la simple razón de no conocer a su hermano y no poder ayudarle, claramente una razón sin justificación.

Volvió a escurrirse los ojos con sus puños secándolos intentando que ella no le viera llorar y volteándose simplemente largó a correr nuevamente hacia el fumadero de opio sin siquiera haber prestado atención a las advertencias antes dadas por la peliblanca.

Sus ojos se entrecerraron al ver descender aquellas dos gotas de agua salada por las mejillas del infante. Sin embargo, aquel fue el único gesto que se dejó ver en sus acciones antes de que Dante hechara a correr de nuevo, ignorando sus palabras.

- ¿Le dejarás marchar? -preguntó a su espalda una suave voz, delicada y, si se prestaba atención, podía notarse su esencia no humana.

Una figura felina, de pequeña estatura y delgada anatomía y muy semejante a la forma que había adoptado la vampiresa anteriormente, a excepción de sus ojos de oro amarillo, se dejó ver tras la nosferatu. Su cola se movía lentamente de un lado a otro y sus dorados orbes se habían posado también en el pequeño que corría hacia el lugar donde, probablemente, acabarían cogiéndole como a un intruso si es que lograba entrar en el lugar.

- No tengo razones para detenerle. Aunque... -sus palabras murieron en un leve murmullo que hizo que la gata negra la mirase de reojo, adivinando sus pensamientos.

- Buscarás a su hermano -afirmó con seguridad, era la única que podía saber que pasaba por la mente de Ruby sin que esta misma dejara entrever dichos pensamientos.

- Es interesante, puede que me ofrezcan algo de diversión -se defendió del tono algo acusador con el que su compañera le había hablado sin mostrar enfado por ello.

No tenía pensado ayudar al pequeño, al menos no sin recibir nada a cambio. No era de las que daban sin pedir algo por ello y, a pesar de su "inútil" sentimiento de afecto incondicional por los jóvenes de casi cualquier raza, no dejaría su carácter interesado.

Decidió seguir al platinado sin que este se diera cuenta, simulando desaparecer del lugar para ver como se las arreglaba en el fumadero lleno de humanos y alguna que otra raza que disfrutaba de aquella droga a la que la mestiza no le encontraba gracia alguna por muy narcótica que fuera.