Los pasos resonaban en los largos pasillos. La sombra del príncipe se dibujaba en las paredes reflejada por la luz de las velas. Llegó al salón, abriendo las puertas con ambas manos, entrando en la sala con su aire elegante innato. El cabello caía por sus ojos, medio ocultándolos, y una pequeña sonrisa mostraba la punta de sus colmillos. Era extraño, el secreto se había contenido entre unos pocos de la familia, nadie sabía por qué el bello príncipe escapaba por las noches, volviendo a la madrugada. Nadie se atrevía a preguntar.
Se sentó grácilmente en una de las butacas, cruzando las piernas y apoyando el rostro en una mano, claramente aburrido. Su mirada se perdió más allá de la ventana que daba a los jardines.