La lluvia la empapaba, su cuerpo animal era sigiloso, y sus patas le proporcionaban agarre.
Pero explicaciones de cómo subió allí, esas las conocía ella, porque escalar se le daba bien, y al poder ser un diestro humano, o un ágil lobo, subir por barandas no le complicaba la existencia, y en busca de un lugar nuevo para observar el cielo, en especial la luna, que le parecía irremediablemente hermosa.
Una vez estuvo arriba, supo que no estaba sola, porque enseguida vio al hombre que a vista borrosa parecería un lobo como ella, que en ese instante estaba con las orejas bajas, mientras su instinto le decía que se cuidara. Aunque parecía un inofensivo perro, era, de manera forzada, un lobo.