Aunque resulto dificil, quizá no tanto como el varón lo hubiera esperado. Había oído el rumor de que un Dios de la Muerte se encontraba en Inglaterra, en un alto cargo. Solo tuvo que investigar, sobornar, y, tal vez, coaccionar a algunos de su especie para obtener una información más detallada: se decía que un duque de Inglaterra era, en realidad, un shinigami. Su aroma, su escencia... Quizá al ojo humano le podría ser engañado, pero era más dificil a una especie tan antagónica a ellos como lo eran los demonios. Sabía, por viejas experiencias, que la especie de aquel duque no se podía asesinar de una forma común. El solo no podría realizar esa tarea, o al menos no si quería hacerlo con rapidez y discreción. Fue cosa de contratar a otro demonio. Hacerle creer que él, por ser tan débil, requería de la intervención de un tercero para "llevar a cabo su venganza", y que le pagaría al mismo con los bienes que el shinigami pudiera tener.
Y, así fue, pues la noche acordada el demonio contratado se encargó de invadir la mansión, y atacar al duque directamente en su despacho. Evidentemente la victoria rotunda fue del shinigami, quien, de todos modos, se vió obligado a empuñar su guadaña. Cuando Kuroro quiso asestar el golpe final en el desfallecido cuerpo de su enemigo, una mano firme atravesó, desde atrás, su pecho. La herida no fue lo suficientemente letal para matarle, pero si para sorprenderle y permitir a Mephisto, quien había esperado hasta el último minuto, a arrebatarle la poderosa arma. Lo último que pudo ver el duque antes de ser decapitado fue la cínica sonrisa de quien sería su asesino. Acto seguido, acabó con el único testigo, el otro demonio. Tan solo se limitó a arrojar los restos de la demoníaca criatura al mar. Y, fue así como se presumió que el asesinato del noble había sido algún intento de robo, o una vendetta.
El resto fue más sencillo. Solo tuvo que pagar a alguien del bajo mundo para que alterara el testamento, dejando las posesiones a nombre suyo, Mephistópheles von Lohengrin, mejor amigo del varón en cuestión, con quien, hacía unos años, había perdido contacto. Una fachada que, si bien no es perfecta, si lo suficientemente eficaz como para borrar toda prueba.
Y, así, ahora se encontraba en la entrada de la mansión, a la espera de los empleados, así como de los huespedes. Hizo correr la voz de que se dejaría acompañar a la famosa celebración, de los monarcas franceses, por todo aquel que quisiera ir. No obstante, había estipulado una hora, y, despues de ella, se marcharía. Ahora solo era cosa de esperar.
[Lo dicho. Quien quiera ir a la fiesta, venid aquí~]
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Sáb Abr 11, 2009 6:38 am